viernes, 30 de noviembre de 2007

Detener / Avanzar

El tiempo corría tanto, que deseó romper las horas, multiplicar los días, tener otro minuto más para disfrutar del momento, para escaparse de todo y de todos, para huir de la locura del correr de cada instante.

Romper el reloj le pareció la mejor idea del mundo y, para no perder más tiempo, se lo arrancó de la muñeca y lo arrojó contra el suelo. La piel más blanca en esa zona brilló por un segundo, el último segundo. Y luego el reloj se paró y con él se pararon las horas.

Respiró en silencio. Miró su reloj parado, su tiempo inmóvil, su vida quieta. Y deseó que el reloj funcionara acelerado de nuevo.




Vir

El tiempo no existía para él. Una vida tranquila, sin sobresaltos, sin nada nuevo cada día. Deseaba dar vida a sus horas para que algo marcase el paso de cada instante, dando algún sentido a la rutina.

Crear un reloj le pareció la mejor idea del mundo. Lo construyó con infinito esmero, una obra de amor... y de desesperación. Poseía tal solidez que podría decirse que caracterizaba el tiempo, en lugar de medirlo. Terminado, las agujas se movieron, y las horas empezaron a desfilar.

Respiró agitado, mirando con angustia su reloj. Las horas aceleradas le atenazaban. Deseó no haber construido nunca el reloj.




Sarg

jueves, 29 de noviembre de 2007

Autopistas / Laberintos

Mi vida me parece una línea recta. Una línea recta donde las bifurcaciones y salidas están perfectamente señalizadas, como en una autopista recién hecha en la que cada paso está previsto y bien trazado sobre el mapa. Pero es una recta que recorro con los ojos tristes. ¿De qué sirve que el camino este marcado? ¿Para qué quiero señales si no he aprendido a seguirlas? Puede que haya un camino acertado y una línea de meta que cruzar si vas por él, pero ¿para qué? Quien vuela a mil por hora por su autopista trazada con escuadra y cartabón corre el riesgo de olvidarse de la meta, de perder su norte, de olvidarse del camino. ¿Por qué no buscar otra vía? ¿Una carretera secundaria que quite monotonía al viaje? ¿Las callejuelas de una ciudad desconocida donde convertir la recta en laberinto? Sé que algunos caminos son lisos y sin baches y, perezosa como soy, seguramente acabaré tomándolos. Pero me gustaría tener la alternativa de buscar una senda retorcida de vez en cuando, disfrutar de un camino enrevesado, elegir yo misma qué tramos desechar en mi autopista.

Quien sabe, tal vez somos nosotros los que hemos olvidado los recovecos del camino, olvidando los paisajes escondidos. Somos nosotros los que ponemos a cero el cuentakilómetros y pisamos a fondo el acelerador. Es parte de lo que significa ser humano. Nuestras decisiones encauzan la realidad, dejan de lado otras realidades, buenas, malas, indiferentes, fáciles, complejas…

¿Por qué no romper esas autopistas y perdernos en el viaje, y caminar, lento hacia la meta?


Vir

Mi vida no es más que un laberinto. Un laberinto donde los caminos se retuercen a izquierda y derecha, giran sobre sí mismos llevándome a callejones sin salida, a calles cortadas y a desfiladeros imposibles. Pero es un laberinto que recorro con una sonrisa. ¿Qué importa si el camino está cortado? ¿Qué importa si realmente ninguno de ellos lleva a ninguna parte? Tal vez no hay ninguna salida, ni me espera ningún premio mágico en el centro del laberinto. ¿Y qué? Eso no es lo importante. Quien entra en un laberinto esperando solamente encontrar la salida que lo resuelve, no está disfrutando del laberinto en sí. Cada giro es siempre una sorpresa. ¿Acabará allí el camino? ¿Será otro muro más, inatravesable y definitivo? ¿Volverá a una zona ya transitada, en la que veré divertida las migas de pan que allí deje para marcar mi paso? Sé que algunos caminos son accidentados y, precavida como soy, intentaré no tomarlos. Pero siempre puedo desandar algunos de los caminos tomados, elegir otro giro en cada intersección y, en definitiva, elegir yo misma qué ruta sigo en mi laberinto.

Quién sabe, tal vez somos nosotros los que hemos convertido una senda recta entre dos setos en una multitud de caminos retorcidos. Somos nosotros los que creamos nuestros propios minotauros. Es parte de lo que significa ser humano. Nuestras decisiones bifurcan la realidad, crean nuevas realidades, buenas, malas, indiferentes, fáciles, complejas...

Si nosotros somos quienes hemos creado el laberinto, ¿por qué no disfrutar de él?


Sarg

viernes, 23 de noviembre de 2007

Góngora / Quevedo

¡La desfachatez! ¡La osadía! El insolente mequetrefe, insípido borrachuzo sin talento... ¡Poeta entre paréntesis! Cómo se había atrevido... El poeta se levantó airado de su ajado escritorio, recoriendo su despacho en dos zancadas, haciendo un par de gestos airados y grandilocuentes. En un par de días la bazofia de ese incontinente gañán estaría en las bocas de todos, extendiéndose por las calles de Madrid como el fuego en la hojarasca seca. En todas las tabernas, en todos los mercados... ¿Cómo podía la gente alabar los vulgares versos de tal palurdo desvergonzado? Volvió a sentarse en su pesada e incómoda silla. Tomó su mejor pluma, mojándola lentamente en la tinta negra, mientras por su cabeza se revolvían las ideas. Tendría que pagar a Quevedo con la misma moneda, ensartar al insignificante simplón con la mejor espada que conoce: su pluma. Dejando reposar la creatividad en su mente, deja que las palabras fluyan desde su pluma al pergamino, y empieza a escribir: "Anacreonte español, no hay quien os tope que no diga con mucha cortesía..."



Sarg

¡Rimbombante y enrevesado! Ese prepotente descarado, aprendiz de plagiador de metáforas... ¡Poeta a medio hervir! Cómo pudo ser tan ridículo... El poeta se levantó con una risa irónica y negándose lo visto. Las líneas grandilocuentes de aquel culto de pega corrían ya de boca en boca, se rumoreaban en cada esquina de Madrid entre la burla que prende fuego a las hojas del otoño. En las tertulias de niños bien, y entre las damas de abanico... ¿Cómo podía alguien digerir los versos de tan retorcido erudito en pruebas? Volvió a sentarse en su silla tapizada de cojines. Tomó su vieja pluma, y la hundió entera en el tintero, mientras las ideas corrían imparables de un lado a otro de la estancia. Ya era hora de pagar a Góngora con la misma moneda, ser por una vez el que mira por encima con el desprecio de la pluma. Ni un minuto de reposo más, la creatividad le recorre hasta la última gota de la sangre que va convirtiéndose en tinta en su pergamino: "Yo te untaré mis obras con tocino/porque no me las muerdas, Gongorilla..."



Vir

martes, 20 de noviembre de 2007

Eterno / Efímero

Acariciaban dulcemente las ramas del sauce el espejo de la ribera del río, cuando las sempiternas luciérnagas nacaradas que ardían en tus ojos me susurraron indecibles secretos al oído. El murmullo apagado de las marrones hojas marchitas a nuestro alrededor, el tintineo musical del agua corriendo sin destino, los distantes sonidos del alboroto de la ciudad. Todo ello tan lejano y apartado. Y tus ojos, prometiéndome una eternidad de momentos perfectos como éste. Pero ni el sauce, ni el río, ni las luciérnagas me acompañan ya. El árbol que era nuestro, yace ahora tristemente sin dueño. Y la eternidad... la eternidad duró sólo un efímero instante.



Sarg

Luces de neón arañaban el humo del ambiente y la música se estrellaba en tus ojos, rompiendo cualquier posibilidad de oír tus palabras, tus gritos pegados a mi cara sudorosa. El ruido electrónico escapando de la cabina del DJ, y el cristal de una copa que se estrella contra el suelo, a nuestros pies, envolviéndolo todo otra vez, robándonos cualquier atisbo de calma. Y tus ojos escapando, sin atreverse a mirarme al decir que todo es efímero, que no hay momentos perfectos. Pero hoy no hay luces, ni ruido, ni una copa arrojada contra el suelo. Y lo efímero… lo efímero lo hemos convertido en algo eterno.



Vir

jueves, 8 de noviembre de 2007

Apatía / Pasión

Una mirada entrecortada. Las excusas llenando nuestras mentes como buscando un motivo que reste amargura al momento, que explique qué hacemos espalda con espalda y vestidos aún. Un susurro que murmura una promesa rota antes de llegar al lóbulo de tu oído. Los ojos esquivos como aves en plena migración, en pleno vuelo cada vez más lejos del corazón del otro. Unas manos sudorosas que se aferran a las sábanas, que estiran cada arruga de la cama para evitar la tentación de aferrarse a otra piel. Los labios secos, cansados de hablar sin decir nada, buscando algo más que la palabra final. Hace mucho que no sentimos erizada la piel del corazón. Y el sol se cuela por la ventana entreabierta anunciando otra mañana más de cuerpos que que han olvidado cómo encajar.



Vir

La respiración entrecortada. La perspiración empapando nuestros cuerpos como sazonándolos con un dulce néctar. La espalda arqueada al ser recorrida por multicolores espasmos de placer. Un susurro cómplice y juguetón al oído, promesas de placeres futuros, acompañado de suaves mordiscos en el lóbulo. Las ventanas de la nariz aleteando como aves asustadas, a un ritmo que, por un momento que dura eternamente, marcan dos corazones acompasados. Las manos avariciosas, recorriendo cada centímetro de la piel como si quisieran trazar un mapa geográfico de cada valle, cada contorno, cada colina. Los labios húmedos, entreabiertos, chocándose en ávidas fintas que buscan algo más que la estocada final. El vello erizado, como torres plantando cara al viento. Y la Luna, observando por la ventana entreabierta cómo dos cuerpos se funden en uno sólo.



Sarg

martes, 6 de noviembre de 2007

Esperó / Llegaba Tarde

Esperó parada junto a los escaparates con la certeza de que no iba a llegar. Se resignó a frotarse las manos para olvidarse del frío, y a buscar una excusa para aguantar aún cinco minutos, por si acaso, aún sabiendo que no había nada que esperar. No era la primera vez. No sería la última. Pero a veces luchamos por romper una certeza, por que lo que sabemos con seguridad se convierta en sorpresa, por poder sonreír, aunque solo sea una vez, mientras reconoces: “Me equivoqué”. Pero los cinco minutos más se convierten en diez y los diez en veinte y los veinte en lágrima. En lágrima ante la incertidumbre de no saber que se hace cuando no toca esperar.

Vir

Nervioso, mirando en su muñeca constantemente a las acusadoras agujas del reloj, se abría paso entre las multitudes que colapsaban el metro, apartando, casi con violencia, a la gente que entorpecía su marcha. Cualquier excusa sobraba. Llevaba más de veinte minutos de retraso en el día más importante de su vida. Casi podía sentir como el flamante anillo quemaba en el bolsillo de su cazadora. Había tenido que poner la ciudad patas arriba para encontrarlo, y no había sido capaz de encontrar el anillo perfecto hasta el último momento. Sabría compensar su torpeza. La amaba con locura. Subiendo las escaleras, la vió en la distancia...

Sarg