lunes, 28 de abril de 2008

Pasó como en un segundo

Pasó como en un segundo, pero era un segundo de una noche de insomnio, incómodo e infinito a la vez. Sintió que había girado más de lo debido y supo que un segundo -quizás menos- después, ya el morro del coche se habría empotrado contra la mediana. No vio su vida en imágenes de treinta y cinco milímetros, quizás porque sabía de antemano que no se iba a morir. Lo que si vio fue el manual que se había aprendido de memoria en los días de autoescuela, pensó en frenar despacio, reduciendo una a una las cinco marchas, embrague mediante, antes de llegar a parar el coche. Pero se dio cuenta en seguida de que en ese momento era mejor el frenazo en seco. Pisó el pedal a fondo, pero ya sabía que no daba tiempo: a ciento veinte kilómetros por hora, un coche avanzaba nosecuantos metros antes de pararse, en cualquier caso más metros de los que había en aquel preciso instante entre el morro del coche y aquel muro de hormigón. Se acordó de que antes de que el coche parase del todo, debía pisar el embrague, por aquello de no calarlo. Aunque la idea le pareció absurda: seguramente del golpe el motor se iba a parar de todas formas. Todavía en aquel mismo segundo tuvo tiempo de mirar por los tres retrovisores, aunque no creyó ver nada, ni siquiera las inmutables líneas blancas de la autopista, así que le fue imposible saber si iba solo, si se empotraría contra otro conductor o si había un conductor detrás de él que irremediablemente estaba abocado también a participar del accidente. Cuando el faro delantero izquierdo comenzó a arañar la pared, se le ocurrió que lo más práctico era encender las luces de emergencia, y apretó el botón del salpicadero marcado con dos triángulos concéntricos al tiempo que notaba que todo se iba hacia delante mientras que su cinturón de seguridad luchaba contra las leyes de la física y lo pegaba al asiento con fuerza. Todavía pasó una eternidad más dentro de aquel segundo, hasta que el coche se detuvo: se oyeron cristales rotos y metales doblados, el tictac inmutable de las luces de emergencia, la voz desgastada de algún cantante de rock saliendo por los altavoces delanteros e incluso el sonido atronador de sus parpados, cerrados con fuerza un instante. Luego abrió los ojos. Seguía aferrado al volante. Del capó no salía humo, pero todo estaba envuelto como en una nebulosa. Intuyó que los segundos siguientes serían tan largos como el primero, y se armó de paciencia…



Vir

Pasó como en un segundo, pero era un segundo de una noche de insomnio, tan fugaz como duradero. Sus ojos se cerraron un segundo, los párpados pesados por la falta de sueño. Asustado, sintió que se desviaba de su rumbo, invadiendo el carril contrario, las ruedas resbalando impotentes sobre el pavimento mojado, sin encontrar asidero. El volante no respondía a sus movimientos, que parecían transmitirse lánguidamente a través de sus brazos, como si estuviese pugnando por moverse en un océano de gelatina. Su mente trabajaba a toda potencia, maquinando una infinidad de salidas posibles a una situación tan extrema, pero la mayoría de ellas quedaban ahogadas por la adrenalina. Recordó lejanamente que debía agarrar el volante con fuerza, mantener la dirección, y no pisar el freno a fondo, para que no se bloquease. Apretó los dientes, luchando a la vez contra la máquina y contra la inercia. En ese momento vió los dos faros que crecían, acercándose cada vez más...

El impacto frontal hizo saltar el airbag inmediatamente, y el cinturón de seguridad se cerró como la mano de un titán sobre su pecho. Pero no fue suficiente, iba a demasiada velocidad. Notó a su alrededor el chirriar del metal al retorcerse y combarse, el estruendo del cristal de la luna delantera al astillarse y reventar. Sintió un dolor agudo en las piernas, aplastadas bajo un amasijo de metal retorcido. A punto de perder la consciencia, sintió que los torturados fragmentos de metal del coche se detenían tras el golpe, sintió la sangre manar a borbotones de su frente, su brazo derecho roto en varios lugares. Supo que iba a morir.

Abrió los ojos. Asustado, sintió que se desviaba de su rumbo, invadiendo el carril contrario. Tomó el control del coche, volviendo a su carril. Respiró profundamente, plenamente despierto de nuevo gracias a la adrenalina. ¿Había ocurrido realmente? Parecía todo tan real... Encendió la radio y subió el volumen, dispuesto a no volver a dormirse al volante. Los faros del coche anunciaron un desvío a una gasolinera un kilómetro más adelante. El intermitente derecho empezó a parpadear.






Sarg

jueves, 24 de abril de 2008

Me Encuentras / Te Encuentro

Me aparezco. Derrotado, como un grito ahogado. Veo tu sonrisa, como la de un chacal, y cómo observas a tu presa, cómo me esperas con paciencia ahora que me has descubierto. Y me aparezco y me acerco.

Me acerco. Como un invierno que amenaza con su frío al triste otoño, como la muerte de una ilusión o de un sueño. Y tiemblo mirando tu poder sobre mí. En ese momento te creo omnipotente, con mi destino nada más que un juguete roto en tus manos. Y me acerco y me quedo.

Me quedo. Como las nubes de lluvia que se arremolinan en la falda de las montañas. Muerdo mi labio con rabia, consciente de que estoy atrapado. Y me quedo y me encuentras.

Y me encuentras.

Sarg

Te apareces. Como sombra entre los árboles, como la risa de un niño. Y puedo dibujar tu silueta a contraluz con mis manos, pero decido esperarte con tu paso tranquilo y tus latidos distantes. Y te apareces y te acercas.

Te acercas. Como el final de un invierno de deshielo, como el principio de un mundo o de una estrella. Y tiemblo mirando tu corazón y tus manos, y tus pasos torpes de niño distraído, pero decido creerte eterno y sencillo, como si fueses a vivir entre mis brazos. Y te acercas y te quedas.

Te quedas. Como los días de sol y de playa, como las horas eternas de octubre. Y muerdo mi carne aguardando la tuya, pero decido avanzar con las manos y tocarte y sentirte y tenerte. Y te quedas y te encuentro.

Y te encuentro.

Vir

martes, 22 de abril de 2008

Te Pierdo / Me Pierdes

Te escapas. Como agua entre los dedos, como humo de mi boca. Y trato de retenerte entre mis brazos, pero eres efímero y etéreo, esquivas mis golpes, mis preguntas, mis miradas. Y te escapas y te borras.

Te borras. Como huellas en la arena cuando sube la marea, como una pizarra inmensa bajo la mano de un niño. Y busco tu perfil, tus trazos y tus formas, pero eres a lápiz o a tiza o a agua. Y te borras y te esfumas.

Te esfumas. Como un espejismo ante un desierto sin oasis, como un sueño rasgado por el despertador. Y trato de encontrar tu esencia, un resto del olor de tus besos, pero eres irreal como un poema, inexistente como un verso, y extraño y lejano y hueco. Y te esfumas y te pierdo.

Y te pierdo.




Vir

Me escapo. Como preso de su cárcel, como diente de león al viento. Tratas de retenerme, pero soy más rápido, me escabullo con habilidad, esquivando todas tus barreras. Y me escapo y me borro.

Me borro. Como una historia que no debió ser escrita, como una frase a la que se lleva la tormenta. Buscas mi rastro, de forma desesperada, pero hace ya tiempo que lo he dispersado. Y me borro y me esfumo.

Me esfumo. Como un ladrón de bancos cuando oye las sirenas, como sólo puede esfumarse quien aprecia la libertad. Tratas de encontrarme, de hacerme volver a tus besos falsos y tus mentirosas caricias, pero jamás volveré, como una promesa susurrada bajo el agua. Y me esfumo y me pierdes.

Y me pierdes.




Sarg

viernes, 18 de abril de 2008

Cicatrices

Su cuerpo es un laberinto de cicatrices, antiguas y recientes, todas demasiado visibles para pasarlas por alto o para pensar que son casualidad. Duerme de lado como un niño y su gesto relajado no se corresponde con su mirada dura de anoche, ni con sus manos grandes, ni con las arrugas perpetuas de su frente, como si nunca se fuese a dejar de preocupar. Cuando lo conoció, se había imaginado otra cosa. Se había imaginado que no le iba a ver más. Pero los días habían pasado, y estaba en su cama otra vez. En la misma postura incómoda. Con la misma sensación extraña, entre la pena y el placer, entre la indiferencia y el dolor. Y con más cicatrices, una o dos más, una más junto a la clavícula derecha, que tirita en cada latido, eso seguro. El sol está empezando a colarse débilmente entre las persianas a medio bajar y tal vez sea eso lo que la empuja a decidir que no quiere que la invite a desayunar de nuevo. Recoge la ropa del suelo y se viste despacio y, aunque quería evitarlo a toda costa, le acaricia los hombros una vez más. La última vez antes de cerrar suavemente la puerta. La última vez que tiene pensado acariciar una cicatriz.



Vir

Su cuerpo es un laberinto de cicatrices, esculpidas sobre su piel por innumerables escaramuzas en oscuros callejones, el precio pagado por la dura y violenta vida que debe llevar. Sigue tumbado de lado, pero sus ojos miran fijamente el infinito. Sabe que ella se ha ido. Incluso dormido, sintió cómo abandonaba la cama, cómo recogía su ropa desperdigada y cómo le acariciaba una vez más en forma de despedida. No es la primera vez que se marcha así, sin decir nada, como asustada, empujada de alguna manera a huir de esa habitación. Sabe que ella no entiende por qué se ve atraída hacia él, por qué ama a un monstruo. Se levanta despacio de la cama y empieza a vestirse. Él sí tiene claro qué ve en ella. A pesar de la reticencia, a pesar de la lejanía, ella es la única que ve en él algo más que un matón, un asesino a sueldo despiadado. Y, por ella, está dispuesto a abandonar la única vida que conoce. Volverá a verla, de eso está seguro. Y tal vez... tal vez la próxima vez tenga algo que ofrecerle mejor que su cuerpo lleno de cicatrices.





Sarg

viernes, 11 de abril de 2008

Destinos

Parpadeo y vuelvo a encontrarme en aquel jardín a medianoche, sentado en el césped mojado a tu lado, disfrutando del frío viento de la noche de finales de otoño. Nuestros dedos inquietos, entrelazados. Tu piel, tan suave como siempre. Y tus ojos sonriéndome de manera cómplice en esa deliciosa cara de fantasma. Un nudo en mi garganta, sin saber qué decirte ni cómo, y demasiado inocente y estúpido como para atreverme a besarte. ¿Es posible? ¿Todos los años pasados desde entonces... no han sido más que una ilusión, una alucinación? Cuántas veces habré empeñado mi alma al diablo por la posibilidad de volver al punto donde empecé a vivir... y ahora que lo tengo delante... ¿Qué hacer, qué cambiar? ¿Qué puedo hacer o decir que cambie el desenlace sin modificar el guión de la historia? Observo cómo me miras, sonriente, sin saber muy bien qué decir, fascinada por el chico tímido que actúa de una manera tan peculiar. ¡Si tan sólo supieras lo que pasa por mi mente! Que no soy el chico que parece ser, sino el hombre que, desde el futuro, ha vuelto atrás para revivir esta situación, e intentar cambiar el rumbo de una catástrofe.

Pero nunca lo sabrás, porque, tras mucho pensarlo, decido no hacer nada. No cambiar el pasado. Me retiro, dejo que las cosas sigan su curso. Dejo obrar con sus maneras torpes al pobre chico indeciso que una vez fui. A fin de cuentas, cada hombre elige su propio destino. Yo elegí el mío. Y, ¿quién soy para cambiarlo?

Sarg

Un suspiro y sigues estando ahí, sentado a mi lado, sobre una hierba demasiado húmeda, entre un viento que me eriza todo el cuerpo, demasiado frío para una noche de otoño. A veces no sé por qué llegamos a entrelazar las manos. Estoy a punto de soltarte pero, de repente, tus ojos parece que brillan como si supieran ya el final de la historia. No sé que decir, porque tengo la sensación de que hubieras crecido de repente, de que hubieras dejado de ser ese chico tímido que actúa de manera tan peculiar y te hubieses vuelto un hombre, algo más que un adolescente nervioso y fugaz. ¿Es posible que hayas crecido de pronto? ¿Que mis ganas de largarme y dejarte ahí tirado se hayan esfumado, que en este momento me parezcas más seguro, más decidido, más maduro? Me quedo callada, fascinada por esa mirada experta y por como te has quedado quieto y has dejado de temblar. Como si hubieses visto el futuro, como si la inseguridad y el miedo a la despedida se hubiesen convertido en un camino recorrido en algún punto del pasado.

De repente lo sé: ya no voy a soltarte y no voy a irme, te miro y es como si hubieses decidido cambiar el futuro. Me acerco un poco, ya no quiero que las cosas sigan su curso. Aprietas torpe mi mano, y me gusta el calor que transmites. Poco a poco me voy juntando a ti, y nuestros labios se chocan imparables. A fin de cuentas, es el destino que elegimos entre los dos. Y siempre he preferido un final feliz.

Vir

viernes, 4 de abril de 2008

Manos / Pies

Si te miro entre la bruma, sólo veo tus manos culpables, temblando bajo el peso de tantas manipulaciones. Esas manos que saben acariciarme con tanta pasión y fuerza. Las mismas manos que dibujan en el aire el retorcido signo de la traición, que apuntan al camino de la pérdida, que parecen esconder mil planes maquiavélicos.

Si te miro desde abajo, recorriendo lentamente tu cuerpo, sé que detendré mi mirada en tus manos. Esas manos siempre tranquilas, reposadas, infundiendo una falsa confianza sin límites. De dedos largos y ágiles, dorso peludo, uñas cuidadas y tendones de acero. Esas manos mentirosas, que han nacido para engañar y retorcer todas las verdades que tejen en el aire.

Si te miro desde la ventana, distorsionado en la distancia por el calor del verano, y si te miro de soslayo, esperando no ser descubierta haciéndolo, y si te miro a los ojos, sin poder ocultar lo que veo... sé que no puedo borrar nada... a pesar de mil traiciones, y mil mentiras. Jamás podré borrar nada de tí. Y mucho menos, tus manos...

Sarg

Si te miro entre sonrisas, me quedo con tus piececitos avanzando lentamente por mi mundo de aventuras. Esos pies que recorren patinando la línea descendente de mi espina dorsal. Los mismos pies que dibujan en mi suelo un corazón, que me llevan en volandas por los atajos del bosque, que no tienen prisa por que acabe el spring final.

Si te miro desde arriba, y me detengo en cada parte, no pienso frenar hasta alcanzarte los pies. Esos pies en tensión antes del salto, y relajados en el vuelo, y acolchados al caer. Los mismos piececitos que se coronan en dedos perfectos, suaves, besables, que han nacido para hacer cosquillas alrededor de mi cintura, enredándose en mis piernas, batallando con mis pies.

Si te miro desnudo a través del espejo, difuso y borroso por el vaho de las mañanas, y si te miro de perfil entre enredaderas sin flores, y si te miro de frente, cara a cara, en una guerra de ojos contra ojos y de cuerpos contra cuerpos y de noches sin despertador, no borro ni una sola de tus huellas, ni el más pequeño lunar, ni muchos menos tus pies.

Vir