jueves, 10 de julio de 2008

Apagarse / Arder

La llama devora y consume la mecha, fundiendo quedamente la cera en pequeños charcos temblorosos. Casi puedes oír los jadeos entrecortados del oxígeno al ser seductoramente utilizado para alimentar el fuego. La llama arde con pasión, rápidamente. Pero la mecha no es eterna. Poco a poco va ennegreciéndose, tornándose más débil y quebradiza. En unas horas, un fragmento carbonizado de la mecha cae en el charco de cera. La pequeña llama se vuelve insegura, dudosa. Ya no tiene más espacio para arder. En un último suspiro, se deshace y libera un hilo de humo gris que serpentea hacia el cielo. La voluta y las cenizas son el único recuerdo de algo que ardió con tanta fuerza e ilusión.

Y lloras. Y en el pecho se te clavan mil agujas. Y todas las palabras te saben a humo. Y querrías haber alargado la mecha, haberla acunado con tus manos para guardar la llama durante más tiempo. Pero sabes que el fuego que arde con pasión es un fuego condenado a apagarse, por glorioso que sea el tiempo que dura encendido. Y, mirando la mecha partida, deseas que al menos nadie pueda jamás arrebatarte el recuerdo de las cenizas.


Sarg

Ardes. En mi mente y en mis cuentos, como hojas secas, como el papel. Luchas por salir de las ideas y volverte material, por tocarme con tus manos transparentes y besarme con tu risa de espejismo. Ardes y consumes mi cabeza.

Ardo. De querer arder en tus abrazos y en tu piel. De la rabia de esperar durante inviernos. Del deseo de fundir a fuego lento tatuajes en tu espalda. Corro en busca de las idas y venidas, ausente de todo excepto de tus ojos. Ardo y me consumo en tus sueños.

Ardemos. Y el fuego lo arrasa todo. Destruye los alrededores. Para que empecemos otra vez de cero.






Vir

jueves, 3 de julio de 2008

Deber

El hombre se inclina sobre la barra. Con un gesto sobre el sucio vaso, bajo y grueso, indica al barman que lo rellene de whisky. Seco, sin hielo. En esta época, uno de los mejores lugares en Dakota del Sur para beber whisky. A cualquier otro hombre le habrían afectado ya las copas de más, pero no a él. Como si fuese un acto sagrado, lleva el vaso a sus labios y lo apura de un largo trago, ante la atónita mirada del barman.

- ¿Sabe? Esta es una de las pocas cosas que realmente merecen la pena. -puntúa con una cínica risilla.

A sus espaldas, unos hombres juegan al póker, animados por un par de las chicas del local. Las puertas se abren súbitamente de par en par, y un hombre con perilla y pelo lacio avanza unos pasos, saca un revólver de calibre 45 y dispara en la cabeza a uno de los jugadores de póker, por la espalda. El local estalla en un revuelo inmediato, las chicas gritando y el barman intentando mantener la calma. A fin de cuentas, esto no es aquí un hecho inusual.

Nadie repara ya en la figura que sigue de espaldas a la acción, terminando otro vaso de whisky más. Y nadie reparará. Aunque más tarde quieran recordarle, sólo les vendrá a la mente un forastero introvertido y borrachín, alguien que pasa desapercibido. Con un suspiro y sacudiendo la cabeza, el forastero deja su vaso de whisky y agarra la afilada guadaña que había dejado apoyada contra la barra.

No es un trabajo agradable, pero alguien tiene que hacerlo.

Sarg

Ha perdido la cuenta del whisky que ha bebido esta noche. Esta maldita noche. La noche en que, una vez más, hará caso al deber de cumplir con los trabajos sucios. Se sabe de memoria la pose sobre la barra y repite los mismos comentarios en cada bar que entra. Aquí, en Dakota del Sur, no son muy diferentes a los borrachos del resto del mundo. Putas y jugadores. Y asesinos. Poco más.

- ¿Sabe? Esta es una de las pocas cosas que realmente merecen la pena. - El barman le mira compasivo, como tantas veces le han mirado, sin tener ni idea. Ninguno tiene idea de nada.

Lo demás ocurre deprisa: el chocar de las puertas, los pasos firmes, el disparo, el revuelo en el bar, la guadaña. Y después la confusión y el caos. Tal vez es fruto del alcohol, tal vez de los nervios, de los gritos generales, del sudor de sus manos. ¿Qué ocurre después? ¿Qué ocurre cuando siente el deber inexplicable de empuñar su letal arma?

El sueño siempre acaba ahí. Estoy seguro de que el tipo no soy yo, porque a él le mueve el deber y el trabajo bien hecho. Si hubiera sido yo, habría agarrado la guadaña y habría rebanado todas las cabezas, una a una, como un irresponsable.

No estoy orgulloso de la muerte, pero siempre he sido impulsivo…

Vir