martes, 30 de septiembre de 2008

Al Son de tus Dedos /
Encadenada a tus Juegos

La luz pálida de la luna se cuela entre los resquicios de la persiana, pero tú no te has dado cuenta, hace un buen rato que duermes despreocupado de espaldas a mí. Respiras quedamente, ajeno al mundo, perdido entre sueños en los que ya no aparezco. Añoro esas noches en las que te acurrucabas a mi lado, buscando mi calor, y esos grandes abrazos nocturnos en los que me hacías sentir deseada y segura. Me sentía protegida por tus ojos, como si me asegurasen que las cosas jamás cambiarían, como si el mundo fuese algo nuestro, un parque de juegos privado. Ahora me siento atrapada. Atrapada en un mundo que no entiendo, en el que sólo puedo distinguir tu frío y tu distancia. Sólo me quedan las cenizas de los recuerdos. Tirada en la cama, cerca y a la vez tan lejos de tí, recuerdo cómo bailaban los sentidos al son de tus dedos...

Sarg

La lluvia cae tranquila y resbala por el cristal de la ventana, pero tú no te has dado cuenta, hace un buen rato que solo tienes ojos para mí. Me has desnudado despacio, como si desconocieras el mecanismo de las cremalleras y de los botones, como si nunca hubieses recorrido con las yemas de los dedos el broche de mi sujetador. Y ahora me besas el pelo y te enredas en caricias que me dejan erizada la piel de los pulmones, de tanto respirar. Me gusta que me envuelvas en tus ojos, como si el mundo empezara en mi cintura y terminara en algún punto perdido entre tus dedos. Me hace sentir libre y a la vez presa entre tus pies, atrapada por tus labios, condenada al calor de tus abrazos. Y eso también me gusta. Así que, por esta vez, guardo silencio y sigo la estela de tus besos: esta noche quiero estar encadenada a tus juegos…





Vir

miércoles, 10 de septiembre de 2008

El Telón Desgastado /
La Sinfonía del Silencio

El telón desgastado parece más viejo aún con todas las luces de la sala encendidas, y las acogedoras mesitas metálicas nunca debieron estar pegadas al suelo, pero seguramente alguien ajeno al teatro pensó que sería mejor así. Todavía se oye en la calle el murmullo del público, los más rezagados se marcharon hace poco, dejando en la atmósfera un humo ligero y azul. Lo que más le gusta limpiar es el escenario, aunque no haya focos que lo alumbren y aunque no sepa tocar. En su función nunca hay aplausos, pero le gusta imaginar a un público fascinado por el espectáculo absurdo de barrer.

Los pasillos que llevan a los camerinos son un hervidero de desorden: un whisky sin hielo convertido en charco, partituras que ahora son un montón arrugado junto a una papelera, cenizas de vidas, fragmentos de ideas, ilusiones rotas en forma de fotografías. A veces siente pena de que a la mañana siguiente no vaya a quedar nada. Luego piensa que su trabajo es un continuo empezar de cero para quienes la rodean y le parece incomprensible que nadie se haya dado cuenta todavía. Entra en el camerino del artista con su idea brillante y rebusca papeles y tinta para dejársela por escrito, para que la aproveche y la utilice y la toque sobre el escenario con sus cuerdas invisibles y con sus notas de silencio.

Pero la era del papel ha terminado y solo hay teclados efímeros. Cierra la puerta y se resigna a otra noche sin aplausos.

Vir

El ajado telón carmesí se abre lentamente sobre el escenario. Decenas de mesas redondas, cientos de personas, algunas con la suerte de estar sentadas, otras agolpadas como pueden en escaleras, pasillos y rincones. Los focos iluminan el micrófono que se alza solitario en medio del polvoriento escenario. El intenso zumbido de colibrí de las voces del público muere progresivamente, y un silencio absoluto se posa grácilmente sobre el teatro.

Una figura abandona los camerinos y entra en el escenario. Gabardina gastada, zapatos viejos y ojos de lince. Tras un par de ovaciones y aplausos del público, aguarda a que muera el bullicio de nuevo y comienza a tocar en silencio su guitarra sin cuerdas. Cada acorde fantasmal sirve de marco para las invisibles palabras de la canción. Cantautor de versos rotos, trovador de estrofa partida, teje incorpóreas notas de silencio en el aire. La quietud alcanza un crescendo al llegar el solo, sus dedos moviéndose como mariposas revoloteantes sobre las cuerdas inexistentes. En un frenesí de ritmo de octavas sesgadas, finaliza su canción etérea en un largo suspiro mudo.

La multitud estalla en entusiasmados aplausos.

Sarg