jueves, 3 de julio de 2008

Deber

El hombre se inclina sobre la barra. Con un gesto sobre el sucio vaso, bajo y grueso, indica al barman que lo rellene de whisky. Seco, sin hielo. En esta época, uno de los mejores lugares en Dakota del Sur para beber whisky. A cualquier otro hombre le habrían afectado ya las copas de más, pero no a él. Como si fuese un acto sagrado, lleva el vaso a sus labios y lo apura de un largo trago, ante la atónita mirada del barman.

- ¿Sabe? Esta es una de las pocas cosas que realmente merecen la pena. -puntúa con una cínica risilla.

A sus espaldas, unos hombres juegan al póker, animados por un par de las chicas del local. Las puertas se abren súbitamente de par en par, y un hombre con perilla y pelo lacio avanza unos pasos, saca un revólver de calibre 45 y dispara en la cabeza a uno de los jugadores de póker, por la espalda. El local estalla en un revuelo inmediato, las chicas gritando y el barman intentando mantener la calma. A fin de cuentas, esto no es aquí un hecho inusual.

Nadie repara ya en la figura que sigue de espaldas a la acción, terminando otro vaso de whisky más. Y nadie reparará. Aunque más tarde quieran recordarle, sólo les vendrá a la mente un forastero introvertido y borrachín, alguien que pasa desapercibido. Con un suspiro y sacudiendo la cabeza, el forastero deja su vaso de whisky y agarra la afilada guadaña que había dejado apoyada contra la barra.

No es un trabajo agradable, pero alguien tiene que hacerlo.

Sarg

Ha perdido la cuenta del whisky que ha bebido esta noche. Esta maldita noche. La noche en que, una vez más, hará caso al deber de cumplir con los trabajos sucios. Se sabe de memoria la pose sobre la barra y repite los mismos comentarios en cada bar que entra. Aquí, en Dakota del Sur, no son muy diferentes a los borrachos del resto del mundo. Putas y jugadores. Y asesinos. Poco más.

- ¿Sabe? Esta es una de las pocas cosas que realmente merecen la pena. - El barman le mira compasivo, como tantas veces le han mirado, sin tener ni idea. Ninguno tiene idea de nada.

Lo demás ocurre deprisa: el chocar de las puertas, los pasos firmes, el disparo, el revuelo en el bar, la guadaña. Y después la confusión y el caos. Tal vez es fruto del alcohol, tal vez de los nervios, de los gritos generales, del sudor de sus manos. ¿Qué ocurre después? ¿Qué ocurre cuando siente el deber inexplicable de empuñar su letal arma?

El sueño siempre acaba ahí. Estoy seguro de que el tipo no soy yo, porque a él le mueve el deber y el trabajo bien hecho. Si hubiera sido yo, habría agarrado la guadaña y habría rebanado todas las cabezas, una a una, como un irresponsable.

No estoy orgulloso de la muerte, pero siempre he sido impulsivo…

Vir

martes, 24 de junio de 2008

Inocente / Culpable

Señoría, reconozco que puedo caer en el desacato, pero no puedo sino declararme inocente. Puede que todas las pruebas apunten a mi culpabilidad, mas mantengo que son circunstanciales, y como mínimo podría alegarse que el presunto crimen cuenta con circunstancias atenuantes que, a mi parecer, no han sido tenidas en cuenta.

Debo alegar, al menos, un desconocimiento por mi parte de las leyes que rigen este tipo de ofensas. Lo sé, el desconocimiento de una ley no exime de su cumplimiento. Créame, ójala hubiese entendido de forma apropiada las reglas del juego antes de empezarlo. Su señoría sabe que la legislación que regula los intrincados laberintos del corazón es cambiante, confusa, difusa y farragosa, plagada de cláusulas laterales, excepciones, remiendos y demás. Si hubiese sabido a qué me enfrentaba, tal vez nunca hubiese decidido seguir adelante.

Apelo a que sea misericorde en su sentencia. Es innegable que el daño está hecho, que las heridas están presentes, que los corazones necesitarán una larga temporada de rehabilitación, que algunos besos han muerto para jamás volver a la vida, y que se ha insultado el buen nombre de la inocencia. No niego el crimen, eso me lo impediría mi conciencia, tan sólo niego mi responsabilidad directa del mismo.

Hay crímenes que suceden por sí sólos, Señoría. Es lo único que puedo presentar como defensa.

Sarg

La condena fue clara: culpable. No era de extrañar, después de la prisión provisional sin fianza, de los intentos fallidos de pedir la libertad sin cargos, de las pruebas concluyentes. No hacía falta ser abogado, ni juez, ni parte para saber que era delito. Que su risa era delito. Que su mirada era delito. Que su boca y sus brazos y su cuello eran delito.

La sentencia no dejaba lugar a dudas: el lugar del crimen, la reiteración, y la premeditación y la alevosía, todo estaba debidamente probado y contrastado por testigos oculares. Se habían conocido un lunes. Se habían citado un jueves. Se enamoraron un viernes y se acariciaron un sábado. A la vista de todos se produjo el beso, un martes. Había pruebas tangibles de que hicieron el amor -volvía a ser viernes-. Y se escaparon del mundo el domingo. El miércoles era el único día libre de cargos, y ni siquiera: la factura del teléfono así lo demostraba.

Y fue sentencia firme. No cabían recursos ni alegaciones. Nada de protesto señoría. Ni siquiera el amparo del Tribunal Constitucional. Ni autos de La Haya. Ni un hueco en Estrasburgo. Es más, la pena, debido a la gravedad de los hechos, a la conmoción que causaron, a la alarma social y la polémica política, se cumpliría íntegra. Sin condiciones. Con agravantes. Cadena perpetua hasta más allá de la eternidad.

Y así constó en acta. Corroborado, con doble copia, firmado y por escrito.

Vir

jueves, 12 de junio de 2008

Antes de la Cena

Me miraba una y otra vez en el espejo: el vestido azul me quedaba tan bien, y las sandalias eran preciosas, estaba segura de que le encantarían. Llevaba una semana probándome el conjunto cada tarde, sabía que todo iría sobre ruedas. Hasta unas horas antes de la cena.

Seguía allí parada, con el vestido azul y las sandalias, tan perfecta ante el espejo. Inmóvil, como quien no puede creerse el reflejo de su propia vida, como quien no acepta la verdad de las palabras ni las mentiras del viento. Y la ilusión y las ganas se habían convertido solo en miedo y en gritos y en un universo borroso. Guardé las sandalias en la caja, y volví a colgar el vestido azul en el fondo del armario a sabiendas de que, probablemente, no lo volvería a sacar en mucho tiempo. El maquillaje se mezcló con el rimel y dejó surcos negros en la almohada, tatuando la prueba imborrable de una noche de insomnio más. Me sentí vacía y sola al entender que, de nuevo, estaba castigada sin cenar.

Vir

Alisas con cuidado la última arruga del blanco mantel. La oscura habitación parece adquirir un ambiente onírico bajo la luz titilante de varias velas estratégicamente colocadas, arrojando sombras chinescas que parecen bailar y contornearse alrededor de las copas de vino. Los cubiertos han sido situados con esmero, atendiendo al factor estético y a la utilidad práctica. Nada puede estar fuera de lugar, todo debe estar perfecto. En un rápido viaje a la cocina, traes las dos fuentes de la ensalada de foie y jamón de pato que llevas una hora preparando, y las colocas con cuidado en la mesa, dejando a un lado las servilletas. Como último toque de distinción, doblas las servilletas de esa forma que te enseñó tu madre cuando eras pequeño, como suelen doblarlas en los restaurantes de lujo, y colocas una brillante rosa roja en un pequeño jarrón en medio de la mesa. Suena el timbre de la puerta y enciendes la música cuando te acercas a abrir -Canon en Re mayor de Pachelbel para tres violines y violonchelo, una de sus favoritas-.

Abres la puerta, y su radiante sonrisa te dice que no le importa que la mesa sea un tablón sobre una caja, que las sillas sean dos cojines en el suelo, que las servilletas sean de papel, los platos de plástico, el jarrón un simple vaso o que la música suene desde un MP3 en tu portátil. Sus ojos te dicen que, para hacer magia, no hace falta ser un mago, sólo amar con locura.

Sarg

jueves, 5 de junio de 2008

De espaldas / De frente

De espaldas. No te atreves a mirarme, murmuras algo y te alejas. Casi diría que lloras, aunque seguro que lo haces por inercia y sin motivos. Como siempre. Como todo.

De espaldas se te ve más grande y más fuerte y, sobre todo, más frío. Y me dejas pequeña y silenciosa, sin opción a responder, sin opción a ver tus ojos de grafito, tus labios como cicatrices que se abren con tu lengua de veneno.

La soledad va ahondando en el centro mismo de mi estómago a cada paso que das, mientras te alejas, de espaldas.

Tu espalda, que un día me pareció el mundo, no es hoy más que un adiós definitivo. Lo último que me quedo de ti. Tu ausencia. Mis ganas. Me gustaría que te girases un segundo, que dieses marcha atrás, que te quedaras para siempre. Pero te vuelves cada vez más lejano y más pequeño y más difuso. Y la imagen que me guardo eres tú de espaldas.



Vir

De frente. Me miras con descaro, sin decir una sola palabra, y te acercas. Sonríes pícaramente, de medio lado, como si planeases algo prohibido. Como de costumbre.

De frente se te ve tal como eres, pequeña y ágil, y tan cálida. Me haces sentir fuerte y dichoso, con el corazón en la punta de la lengua, perdiéndome en tus pestañas, en tus labios de fresa que prometen besos de los que saben a veneno.

La pasión retumba sobre mi estómago con cada coqueto paso felino que das, mientras te acercas, de frente.

Tu cara, que cuando la miro parece abarcar todo mi mundo, es hoy una sutil invitación. Lo primero en lo que me fijé de ti. Tu sonrisa. Mi calma. Me gustaría que siempre me mirases así, que siguieses siempre avanzando y te fundieses conmigo. Te acercas cada vez más, cada vez más concreta y real. Y la imagen que me guardo son tus labios acercándose a los míos.






Sarg

viernes, 30 de mayo de 2008

Deseo a media asta

Veo de nuevo la marea subir en tus ojos. Ese amor al ralentí, en cuarto creciente. Ese deseo a media asta, esa lujuria al baño maría. Y no ceso de preguntarme el porqué. ¿Por qué? ¿Por qué no puede ser todo más sencillo? ¿Por qué no puedes decirme lo que sientes, sea lo que sea? Deberías saber de sobra que yo no sé cómo hacerlo, que dependo de que tú tomes el primer paso. ¿Por qué no hablas de forma clara? ¿Por qué no dejas los "tal vez" y los "quizá"? ¿Por qué juegas con mis esperanzas?

Sarg

Veo en tus ojos un miedo irracional a acercarte. Un amor que te desborda y al que tienes atrapado en la jaula de tu inseguridad y de tus miedos. ¿Por qué? ¿Qué te hace pensar que no puedes ser sincero, que no sabré encajar lo que me digas? Buscas una excusa y te repites que no sabes como hacerlo, y te niegas a ver mis señales, mis gestos, mis respuestas, mi sí anticipado a tus preguntas. ¿Por qué no hablar ya de forma clara? Me acerco un poco más y te rozo con mis dedos. Y comienzan las palabras.

Vir

lunes, 26 de mayo de 2008

Terremoto

El terremoto lo barrió todo a su paso, las casas de adobe y los rascacielos, los colegios y las oficinas. Nayra temblaba bajo los escombros. Sentía todas las partes de su cuerpo, pero temía moverse, aunque fuera un milímetro, y descolocar alguno de los hierros que hacía de viga y sostenía trozos de su tienda a modo de techo, sobre la cabeza. El estruendo del polvo al caer todavía le sonaba en los oídos: era posible que, en algún lugar de la ciudad, todavía se estuviera estremeciendo la tierra. Y era extraño porque a aquel ruido descomunal le había seguido un silencio de miedo y de muerte que todavía nada ni nadie se había atrevido a romper. No había sirenas de ambulancias, ni de policías, ni de nada. Por un momento, Nayra pensó que quizás era aquello lo que ocurría: que fuera de su cárcel de escombros, más allá de lo que abarcaban sus ojos miopes ahora que había perdido las gafas, no había absolutamente nada. Aún distinguía un agujero que habría correspondido tal vez a la puerta, así que decidió intentarlo: movió primero las manos, los brazos, la cabeza, muy despacio. El pie derecho. El pie izquierdo. Nayra no sabe cuál fue el movimiento que hizo caer la improvisada viga, dejándolo todo absolutamente oscuro. En aquel preciso momento, el cielo había comenzado a llorar…



Vir

Denali maldijo a la lluvia que amenezaba con convertir en barro el polvo y arena despositados sobre el visor de su casco. Con un gesto enérgico de la mano indicó al pesado camión de la brigada de bomberos que podía avanzar por la calle sin demasiado riesgo. Aunque esta zona de la ciudad no había sido demasiado afectada por el temblor de tierra, Denali sabía que el terremoto podía producir ecos en cualquier momento que causasen nuevos temblores de tierra. Sin embargo, a pesar del riesgo, él y su equipo no habían dudado en salir a las calles lo antes posible para colaborar en los esfuerzos de rescate de los supervivientes, sepultados bajo los escombros. Mirando a izquierda y derecha mientras el camión se desplazaba con lentitud sobre la calle sin pavimentar, repleta de charcos de agua embarrada, Denali se sorprendió de la magnitud de la destrucción. Miles de casas debían haberse desplomado como castillos de naipes. La ciudad se encontraba en ruinas. De improviso, una estructura metálica se derrumba a la izquierda, sobre los escombros de lo que parecía ser una vieja tienda. En el silencio tras el derrumbamiento, Denali cree apreciar el gemido sollozante de una mujer. Con un par de órdenes eficientes, la brigada de bomberos se dirige hacia la tienda para comenzar las operaciones de rescate.



Sarg

viernes, 23 de mayo de 2008

Realidad / Sueños

No hay magia. No hay destino, ni suerte. No hay hadas, ni elfos, ni unicornios, ni fantasía. No hay otros mundos, ni viajeros en el tiempo. Murió el amor verdadero, y los sentimientos puros. No hay futuro, ni nostalgia del pasado. No hay ilusiones, ni queda ya esperanza. Los buenos tiempos no volverán, ya que nunca estuvieron allí. No existe la Tierra Prometida, ni la vida después de la muerte. No hay Dios, ni Diablo, ni cielo, ni infierno, ni tan siquiera purgatorio. No hay percepción extrasensorial, ni sueños que signifiquen algo. No hay más alienígenas que nosotros mismos. No hay conspiraciones, no hay secretos, no hay confesiones ni confidencias. No hay cosas nuevas por descubrir, no hay sorpresas agradables.

Lo único que hay es la cruda realidad.

Sarg

Pero, ¿de qué está hecha la cruda realidad? A veces lo más real y lo más crudo del día es encontrarte con la magia de que de nuevo has oído el despertador, puntual, a las siete menos veinte. O tener la suerte de que el metro te está esperando en el andén. O acordarte de aquella hada de la que habla ese niño, la misma con la que tú aprendiste a leer. El futuro y el pasado se convierten en hoy y cada paso abre camino hacia la Tierra Prometida. De repente tienes otra vez esa corazonada y te decides a cumplir aquel viejo sueño que para ti lo significa todo. Y te sientes como un extraterrestre con un mundo por descubrir.

Hay días en que la realidad se convierte en sueños.

Vir

lunes, 19 de mayo de 2008

Islas Desiertas

Bajo el sol recién nacido, las olas vuelven a volcar en esta lúgubre madrugada restos de madera podrida y algas muertas sobre la playa. Resuenan a lo lejos, sobre las voces de las gaviotas, las bocinas de los barcos en el puerto. A lo lejos, sobre la línea del horizonte, un inmenso carguero se desplaza sobre el agua con lentitud. Suspiro sentado en la orilla, en soledad, mojándome los pies con la arena empapada. Imagino que la playa solitaria se curva a mi alrededor y se cierra sobre sí misma, encerrando a la tierra.

Me imagino aquí sentado, en mi isla desierta, alejado del puerto, de las gaviotas, y del resto de seres humanos. No me es difícil imaginarlo, sentirme así, para ello sólo tengo que recordar tu voz. "¿Qué te llevarías a una isla desierta?" Curiosa pregunta, ¿quién no la ha oído formular alguna vez? Me llevaría lo único que no puedo llevarme, que jamás podré llevarme: a tí. Qué triste es que haya necesitado caminar toda esta arena para darme cuenta de que, sin tí, cualquier isla es desierta.






Sarg

Se suponía que la isla estaba desierta, así que cuando te vi en la orilla, garabateando en la arena, pensé que eras un espejismo. Los espejismos son, seguramente, idénticos a ti. Tan transparentes, tan perfectos, tan irreales y cercanos a la vez. Tuve que tocarte uno de tus hombros del color del azúcar moreno y que tus ojos chocasen con mis manos para darme cuenta de que en verdad estabas ahí.
-Por fin llegas. La isla estaba desierta sin ti.
-¿Qué? ¿Me esperabas?
-¡Pues claro!
-¿Por qué?
-Pero… ¡tú te has visto! ¿Cómo no iba a esperar a alguien como tú?
Estabas tan seguro de lo que decías que no me pude negar. Hasta me pareció lógico, me sorprendí de mi propia sorpresa inicial. Me sentí pequeña y me noté sonrojar. Me senté a tu lado. Y empezó todo.
Mirábamos al mar durante horas. Un día te pregunté de nuevo por qué me habías esperado, y me dijiste que es imposible que una isla esté desierta para siempre. Que sabías que llegaría. Que en tu isla siempre habías tenido un hueco para mí. Luego nos reímos. Siempre nos reíamos. Y entre risas me miraste fijamente:
-La pregunta no es por qué te esperaba, la pregunta es por qué viniste hasta aquí.
Me quedé seria al comprender que, en algún sitio, siempre hay una isla no tan desierta para cada uno de nosotros. Y para eso no hay porqués.
Así que decidí que lo único importante era coger tu mano y seguir mirando al mar.


Vir

lunes, 28 de abril de 2008

Pasó como en un segundo

Pasó como en un segundo, pero era un segundo de una noche de insomnio, incómodo e infinito a la vez. Sintió que había girado más de lo debido y supo que un segundo -quizás menos- después, ya el morro del coche se habría empotrado contra la mediana. No vio su vida en imágenes de treinta y cinco milímetros, quizás porque sabía de antemano que no se iba a morir. Lo que si vio fue el manual que se había aprendido de memoria en los días de autoescuela, pensó en frenar despacio, reduciendo una a una las cinco marchas, embrague mediante, antes de llegar a parar el coche. Pero se dio cuenta en seguida de que en ese momento era mejor el frenazo en seco. Pisó el pedal a fondo, pero ya sabía que no daba tiempo: a ciento veinte kilómetros por hora, un coche avanzaba nosecuantos metros antes de pararse, en cualquier caso más metros de los que había en aquel preciso instante entre el morro del coche y aquel muro de hormigón. Se acordó de que antes de que el coche parase del todo, debía pisar el embrague, por aquello de no calarlo. Aunque la idea le pareció absurda: seguramente del golpe el motor se iba a parar de todas formas. Todavía en aquel mismo segundo tuvo tiempo de mirar por los tres retrovisores, aunque no creyó ver nada, ni siquiera las inmutables líneas blancas de la autopista, así que le fue imposible saber si iba solo, si se empotraría contra otro conductor o si había un conductor detrás de él que irremediablemente estaba abocado también a participar del accidente. Cuando el faro delantero izquierdo comenzó a arañar la pared, se le ocurrió que lo más práctico era encender las luces de emergencia, y apretó el botón del salpicadero marcado con dos triángulos concéntricos al tiempo que notaba que todo se iba hacia delante mientras que su cinturón de seguridad luchaba contra las leyes de la física y lo pegaba al asiento con fuerza. Todavía pasó una eternidad más dentro de aquel segundo, hasta que el coche se detuvo: se oyeron cristales rotos y metales doblados, el tictac inmutable de las luces de emergencia, la voz desgastada de algún cantante de rock saliendo por los altavoces delanteros e incluso el sonido atronador de sus parpados, cerrados con fuerza un instante. Luego abrió los ojos. Seguía aferrado al volante. Del capó no salía humo, pero todo estaba envuelto como en una nebulosa. Intuyó que los segundos siguientes serían tan largos como el primero, y se armó de paciencia…



Vir

Pasó como en un segundo, pero era un segundo de una noche de insomnio, tan fugaz como duradero. Sus ojos se cerraron un segundo, los párpados pesados por la falta de sueño. Asustado, sintió que se desviaba de su rumbo, invadiendo el carril contrario, las ruedas resbalando impotentes sobre el pavimento mojado, sin encontrar asidero. El volante no respondía a sus movimientos, que parecían transmitirse lánguidamente a través de sus brazos, como si estuviese pugnando por moverse en un océano de gelatina. Su mente trabajaba a toda potencia, maquinando una infinidad de salidas posibles a una situación tan extrema, pero la mayoría de ellas quedaban ahogadas por la adrenalina. Recordó lejanamente que debía agarrar el volante con fuerza, mantener la dirección, y no pisar el freno a fondo, para que no se bloquease. Apretó los dientes, luchando a la vez contra la máquina y contra la inercia. En ese momento vió los dos faros que crecían, acercándose cada vez más...

El impacto frontal hizo saltar el airbag inmediatamente, y el cinturón de seguridad se cerró como la mano de un titán sobre su pecho. Pero no fue suficiente, iba a demasiada velocidad. Notó a su alrededor el chirriar del metal al retorcerse y combarse, el estruendo del cristal de la luna delantera al astillarse y reventar. Sintió un dolor agudo en las piernas, aplastadas bajo un amasijo de metal retorcido. A punto de perder la consciencia, sintió que los torturados fragmentos de metal del coche se detenían tras el golpe, sintió la sangre manar a borbotones de su frente, su brazo derecho roto en varios lugares. Supo que iba a morir.

Abrió los ojos. Asustado, sintió que se desviaba de su rumbo, invadiendo el carril contrario. Tomó el control del coche, volviendo a su carril. Respiró profundamente, plenamente despierto de nuevo gracias a la adrenalina. ¿Había ocurrido realmente? Parecía todo tan real... Encendió la radio y subió el volumen, dispuesto a no volver a dormirse al volante. Los faros del coche anunciaron un desvío a una gasolinera un kilómetro más adelante. El intermitente derecho empezó a parpadear.






Sarg

jueves, 24 de abril de 2008

Me Encuentras / Te Encuentro

Me aparezco. Derrotado, como un grito ahogado. Veo tu sonrisa, como la de un chacal, y cómo observas a tu presa, cómo me esperas con paciencia ahora que me has descubierto. Y me aparezco y me acerco.

Me acerco. Como un invierno que amenaza con su frío al triste otoño, como la muerte de una ilusión o de un sueño. Y tiemblo mirando tu poder sobre mí. En ese momento te creo omnipotente, con mi destino nada más que un juguete roto en tus manos. Y me acerco y me quedo.

Me quedo. Como las nubes de lluvia que se arremolinan en la falda de las montañas. Muerdo mi labio con rabia, consciente de que estoy atrapado. Y me quedo y me encuentras.

Y me encuentras.

Sarg

Te apareces. Como sombra entre los árboles, como la risa de un niño. Y puedo dibujar tu silueta a contraluz con mis manos, pero decido esperarte con tu paso tranquilo y tus latidos distantes. Y te apareces y te acercas.

Te acercas. Como el final de un invierno de deshielo, como el principio de un mundo o de una estrella. Y tiemblo mirando tu corazón y tus manos, y tus pasos torpes de niño distraído, pero decido creerte eterno y sencillo, como si fueses a vivir entre mis brazos. Y te acercas y te quedas.

Te quedas. Como los días de sol y de playa, como las horas eternas de octubre. Y muerdo mi carne aguardando la tuya, pero decido avanzar con las manos y tocarte y sentirte y tenerte. Y te quedas y te encuentro.

Y te encuentro.

Vir