lunes, 9 de febrero de 2009

2-4-6

Luna quiere salir del avión atravesando el techo, y mantenerse flotando entre las nubes, en cielo de nadie, en lugar de aterrizar en un aeropuerto frío en mitad del continente. Luna tiene el pelo negro y los ojos se le secan si está lejos del mar o si está lejos de las nubes, así que aunque nunca ha estado, ya sabe que no le gusta Viena. Luna vuela sola, pegada a un asiento con demasiados cinturones de seguridad, y lucha por desabrocharse y volar con sus propias alas, que son alas reales de ángel y que no se derriten si se acerca mucho al sol. No sabe quién le espera abajo, pero sabe quién no estará: ni mamá, ni papá, ni ninguna cara conocida. Dicen que es mejor así, que es lo mejor para ella. Por eso Luna no ha llorado ni siquiera un poco, y tampoco miró atrás antes de subirse al avión. No tiene miedo a las alturas, porque desde siempre ha vivido más allá de la atmósfera, con sus ojos redondos de cráter y su sonrisa imperceptible. Pero a pesar de todo el avión aterriza y Luna cae con sus zapatitos redondos en un punto indefinido de un suelo aún no explorado. Por suerte, el viento ya conocía sus ganas de salir por los aires: lo primero en volar sin control fue el pelo negro de Luna.

Un texto para el Cuentacuentos

Vir

No quiere levantarse de la orilla, necesita sentir el cosquilleo de las olas romper sobre su pecho. La marea está baja a esta hora y las aguas han dejado al descubierto esa zona de la playa en la que la arena está siempre mojada. Ella reposa medio sepultada por la arena y la espuma del oleaje, dejándose llevar por el azul del cielo y las formas de las nubes, oyendo los juguetones graznidos de las gaviotas y aspirando el inconfundible aroma a sal y algas muertas. Aunque a veces las olas llegan a cubrir sus orejas, no le importa, incluso lo prefiere, ya que de esa forma puede escuchar más de cerca lo que siempre intenta susurrarle el mar. En estas ocasiones siempre se acuerda de él, de cuando paseaba a su lado a lo largo de la orilla, de cuando la regañaba por no planificar el futuro, de cuando le decía, día tras día, que era demasiado soñadora, una cabeza loca, una bala perdida; que nunca encontraría su destino y andaría perpetuamente sin rumbo fijo, perdida. Sonríe recordando esos viejos tiempos. Ahora que no es ni soñadora, ni una cabeza loca, sigue siendo una bala perdida. Por lo menos ha aprendido a no escuchar las quejas y regañinas de nadie. Ahora, sólo escucha los susurros del mar...

Un texto para el Cuentacuentos

Sarg

sábado, 13 de diciembre de 2008

Recetas

Con la boca pastosa por la resaca y los ojos aún entrecerrados, cojo el papel de la receta, que cuelga sujeta de un imán con forma de vaca de la puerta de la nevera.

200 gramos de frustración
1 bol (valdrá el de las ocasiones perdidas)
1 cucharadita de rabia
2 tazas de rechazo

Primero, derretir en un cazo a fuego lento la mitad de la frustración, hasta que arda roja y viva como si fuese odio. Verter la cucharada de rabia y remover lentamente. Ir añadiendo más frustración hasta que la mezcla rebose el cazo, para inmediatamente dejarla enfriar hasta que coagule. Mientras tanto, colocar el contenido de las tazas de rechazo en el bol de las ocasiones perdidas. Comprobamos como está de sal y rectificamos si hace falta. Finalmente, verter el efecto del rechazo sobre la rabia y la frustración y servir frío.

Tiro asqueado la receta a la papelera. Algunos "manjares" desearía no haberlos probado nunca.




Sarg

Con el sabor a sonrisa que deja el roce de dos lenguas en la boca, miro de lejos el papel de la receta que clavó con chinchetas en la pared, frente a mi cama.

200 gramos de risa (puede aumentarse la cantidad al gusto)
1 bol (valdrá el de los guiños casuales)
1 cucharada sopera de sueños
2 tazas de abrazos y caricias

Hervir a fuego lento la risa hasta que vaya transformándose en miradas intensas y en silencios cómplices. Verter el contenido todavía caliente en el bol de los guiños casuales y mezclar con una cucharada sopera de sueños hasta que estos queden tan disueltos que no se distingan de la realidad. Siempre con la masa cerca del fuego para que no pierda calor ir añadiendo poco a poco y en tímidas dosis caricias y abrazos hasta completar las dos tazas. Entonces el plato estará listo para tomar, a ser posible en un lugar cómodo y acogedor. Es conveniente servirlo acompañado de besos, preferentemente en el cuello y en los labios.

Miro la receta divertida: el guiso salió justo en su punto.




Vir

viernes, 5 de diciembre de 2008

Tú duerme...

-Tú duerme, ya veremos si despiertas.

Oyó el crujir de la puerta al cerrarse y sintió un escalofrío. Hacía tiempo que no dormía. Se quedaba traspuesto a ratos, sí, y daba cabezadas para no volverse completamente loco, si es que no lo estaba ya. Pero aquella maldita frase se repetía cada noche. Sus labios la susurraban, dando por hecho que él no podía oírla. Y luego cerraba la puerta despacio y sus tacones tintineaban contra las baldosas del pasillo.

Hacía meses que le vigilaba, y estaba convencido de que no podría escapar. Tarde o temprano no despertaría. Y había llegado a la conclusión de que era mejor no esperar más, así que cogió aire y suspiró, casi de alivio, al cerrar por completo los ojos, al dejar la mente en blanco, al saber que al fin era el momento de descansar. Estaba tan débil que no tardó más de dos minutos en desligarse del mundo real.

Por primera vez desde que llegó a la casa, aquella noche no oyó sus tacones golpeando de vuelta la oscuridad de la noche unas horas después. En realidad, daba lo mismo: cuando decidió abandonarse al sueño sabía que lo más probable era que no volvería a oír nada más.

Vir

-Tú duerme, ya veremos si despiertas.

Fue la frase que la muerte susurró en sus oídos tras el accidente, con su cuerpo debilitado por la pérdida de sangre, y su mente sumida en la neblina de la semi-inconsciencia. Cansado y derrotado, cerró los ojos, consciente entre sus delirios de que probablemente fuese la última vez que los cerraba, y de que el recuerdo que se llevaría a la tumba sería el de la luna delantera astillada y rota.

Soñó durante meses. En ocasiones veía figuras, sombras de su propia vida. Creía oír voces que le hablaban, que le animaban, e intentaba despertar de su sueño crepuscular, sin conseguirlo. Otras veces parecía hundirse en un pozo sin fondo, alejándose del mundo. A veces los sueños eran grotescamente abstractos, formas y colores serpenteantes. Y, a menudo, soñaba con la muerte que le visitó aquel día.

Un día abrió los ojos y terminó su sueño. Una nube de doctores revoloteó sobre su cama, pero él no les veía. Sólo tenía ojos para la figura esbelta y femenina de la muerte, mirándole al pie de su cama, y hablando sólo para él con una misteriosa sonrisa: "Esta vez tuviste suerte. Volveremos a vernos".

Sarg

miércoles, 12 de noviembre de 2008

La Mujer de Humo /
El Hombre de Carne

Él busca a la mujer de humo. Imagina su sonrisa en cada gesto, en cada palabra, pero no la ve. Recuerda sus ojos, aunque jamás ha mirado dentro de ellos, ni ha desentrañado los secretos que esconden. Cree oír su voz detrás de cada esquina, alejándose. Su pelo ondula como un fantasma huidizo, siempre unos metros más adelante, perdiéndose entre la multitud, como una ilusión apenas percibida que se desvanece cuando la miras durante unos segundos. Sobresaltado, la busca, adelantándose y apartando a la gente, aunque nunca la encuentra. La necesita. A veces, cree tenerla entre sus brazos, y se ilusiona. Pero al cerrar sus manos el humo se disipa y vuela, se deshace en volutas que revolotean cuidadosas, fomando remolinos.

Nadie puede atrapar a la mujer de humo. Ni siquiera las lágrimas pueden hacerla real.




Sarg

Ella observa al hombre de carne. Se recrea en las arrugas de su frente y se pregunta por qué se siente preocupado. Le mira a los ojos, deseando que por una vez se fije en ella, la sonría, no pase de largo. Su voz es un espejismo, un oasis difícil de distinguir de la realidad. Su espalda se dibuja tras las sombras, nítida como si descansara en una calle solitaria, como si el mundo estuviese parado y vacío, abierto solo para ellos dos. Respira hondo y le sigue, buscando sus huellas en la nieve de su vida, segura de que hoy no le dejará escapar. Le extraña. A veces cree que al fin se ha dado cuenta de que existe. Pero al verle frente a frente comprende que él sigue buscando aún.

El hombre de carne se resiste un día más: es tan real que se desvanece como lágrimas de humo entre la niebla.




Vir

martes, 4 de noviembre de 2008

Labios / Ojos

Miraba atrapada sus labios, cerrados como dos medias lunas abrazándose en un misterioso vals. La fuerza de su expresión reflejaba de manera inequívoca su fuerza interior, como si un foco iluminase su alma desde dentro, deslumbrándome. Quería dejarme llevar, como atrapada por un remolino en el océano, arrastrada a las insondables profundidades tras su sonrisa.
No pensaba con claridad. Sus labios habían raptado a mi raciocinio. Todo se desarrolló como en un sueño fugaz, de esos en los que no estás segura de si estás despierta o sigues durmiendo. Sus brazos me rodearon, agarrando con suavidad mi cintura, acercándome hacia él. Confundida, sólo podía ver sus labios, como hipnotizada. Y en ese momento crítico dudé: dudé de si estaba haciendo lo correcto.
Y todos sabemos que un beso con dudas no es tan delicioso como uno sincero.

Sarg

Miraba atrapando mis ojos, igual que dos gotas de mercurio tienden irremediablemente a juntarse en un todo. Y la fuerza de aquellos ojos, me daba la impresión, podrían haber derrumbado con un pestañeo todos los pilares de mi vida si me hubiera resistido. Así que me dejé llevar, como en una espiral de hipnosis, hasta el fondo negro que guardaba más allá de sus pupilas.
Me sentí flotar. El peso de su mirada hacía descaradamente liviano todo lo demás. Tuve suerte, creo yo, de tener el colchón de sus brazos. De lo contrario, hubiera chocado de bruces contra un universo de angustias. Ahora lo veo claro: sus ojos me hubieran lanzado cadenas si hubiese querido escapar. Por eso, hice lo único que merecía la pena: perderme en sus ojos, como si el mundo terminase allí.
Y en verdad los suyos eran unos ojos para un final feliz del mundo.

Vir

sábado, 25 de octubre de 2008

Lluvia

Huele a lluvia. A barro mojado y remojado una vez más. Al viento azotando los cristales empapados, desgastados, siempre fríos. A gotas resbalando al otro lado de la ventana, como un lágrima que escapase de tus ojos y tocase mi alma y atravesase mi piel. Huele a días grises de invierno, pero no a tormenta, que se pasará enseguida. Huele a la estación de las lluvias en África, a los calcetines constantemente mojados, a los neumáticos que resbalan sobre el asfalto pegajoso, como arrancando el alquitrán en cada rotación. Huele a pena. A estaciones de metro con servicio interrumpido. A alcantarillas que rebosan, que llevan hacia fuera lo poco bueno que quedaba escondido, seguro bajo tierra. Huele a miedos de tsunami, a miedos de ciénaga, a miedo de coches atrapados en un lodo que no existe en la ciudad. Huele a oscuridad y a incompetencia. A la impotencia del vacío y a las ausencias y a las carencias. Huele a botas de goma pisando los charcos. A armarios cerrados, doblados por la humedad. A leña que no prende y que se cubre de musgo. A aceras de losetas que resbalan. Huele a cansancio. A un día entre semana. Huele a persianas cerradas, a mensaje en la botella, a manos agrietadas por fregar con lejía, a sinopsis. Huele a colillas y granizo. A naranjas caídas del árbol. A pelo y a piel y a saliva. Huele a rechinar de dientes, a escalofrío, a nevera desenchufada. Huele a niebla espesa, de esa que cala, que se cuela en el cuerpo. Huele a lluvia, a lluvia, nada más.

Vir

Huele a lluvia. A ozono y a tierra recién mojada. Al viento meciendo las cortinas de la ventana entreabierta. A gotas repiqueteando suavemente sobre el alféizar metálico, creando una melodía de xilófono improvisada. Huele a tormenta de verano, de las que sacuden el aire con espasmos eléctricos. Huele a la vegetación del parque bebiendo feliz bajo el abrazo de la lluvia, a los árboles moviéndose al ritmo de la tormenta, al romanticismo de las parejas que andan deprisa, abrazados bajo un paraguas. Huele a esperanza. A sentimientos ensalzados por la atmósfera cargada. A manantiales que de nuevo han vuelto a la vida, tras meses desaparecidos por la interminable sequía. Huele a calles convertidas en ríos artificiales, con sus corrientes, sus remolinos y sus oleadas. Huele a nostalgia, a novelas de época y a recuerdos de la infancia. A aquello que ya ha pasado y a promesas para el futuro. Huele al plástico de un impermeable barato. A tu pelo empapado cayendo en mechones sobre tus mejillas. A la risa de los niños que salpican en los charcos. Huele a nuevas oportunidades. A renovación. Huele a las macetas mojadas en el porche, a las sábanas calientes mientras nos acurrucamos en la cama, protegiéndonos de los truenos de la tormenta. Huele a sonrisas, a un pequeño bungalow en la playa calentado por una estufa de carbón, a castañas asadas tomadas en compañía. Huele a nubes grises, de esas que anuncian tormenta y relámpagos. Huele a lluvia, a lluvia, nada más.

Sarg

jueves, 16 de octubre de 2008

A Puerta Cerrada

Frío tirita en su asiento, mientras Oscuridad entorna sus ojos, esforzándose por ver al resto de sus compañeros. Desgraciadamente, Ausencia no ha podido asistir a la reunión de hoy. Con una tos educada, Calvicie hace callar a todos, empezando así la sesión.

- "Caballeros, caballeros, por favor, un poco de orden" - exclama. "Como todos saben, el tema a discutir hoy es el porqué de nuestra propia existencia. Doy la palabra a Silencio que, dada la importancia de la situación, ha considerado romper su habitual timidez a hablar y exponernos sus razonamientos".

Silencio expone largo y tendido el problema. ¿Cómo puede justificarse la existencia de todos ellos? Son cualidades abstractas, no cuantificables, creadas para darle sustancia al concepto de la Nada. Sequía, siendo ésta su primera reunión, parece ofendida por las implicaciones de este razonamiento. Al fin y al cabo, explica, ella no es un concepto abstracto, ya que una sequía es un desastre natural que puede dañar a muchas personas y seres vivos. Educadamente, el resto le explican que una sequía no es más que, al fin y al cabo, la falta de Agua. Sequía calla y se hunde en su asiento, perdida en este pensamiento. Vacío, íntimo amigo de Silencio, anima a éste a que continúe su exposición.

La reunión transcurre como un tira y afloja durante unos minutos, sin llegar a ningún sitio. Cerca del final del tiempo establecido, una risa sarcástica desde una esquina de la habitación acalla las voces de los demás. Es Soledad, un tipo extraño. Nunca se relaciona con los demás, simplemente observa y sonríe, y parece juzgar.

- "Absurdo, absurdo... Discutís y os preocupáis por nuestra existencia, cuando es obvio que existimos, pues si no no estaríamos aquí, hablando y perdiendo el tiempo. El porqué existimos es indiferente. Es así, es ley de vida, jamás podremos entenderlo. Lo único que importa, lo único, es que somos necesarios. El mundo nos necesita. ¿Qué sería del invierno sin el frío? ¿Qué sentido tiene la luz sin oscuridad? ¿Quién llenaría el incómodo Silencio con un beso apasionado? Nos necesitan. Y, mientras nos necesiten, seguiremos existiendo. El resto no son más que palabras perdidas y echadas a perder. Esta es vuestra respuesta".

Con un gesto más cansado que enojado, recoge su gabardina y su sombrero y sale de la habitación. Poco a poco, pensativos, el resto de los ocupantes de la habitación asienten.

En la calle, Soledad camina sin prisa.


Sarg

Nada espera fuera. Como siempre, ha pasado inadvertida y no la han invitado al debate. Junto a ella está Nadie, otra gran excluida, y , por supuesto Nunca, que nunca acude a las citas. Guardan silencio y están preocupadas, tienen la seria sospecha de que si alguna de las cualidades no existe, serán precisamente ellas.

Incluso Silencio, que siempre calla, y Soledad, que siempre está distante, y Vacío, que casi es invisible, se encuentran tras las puertas. Pero claro, ellos son algo más que nada, alguien más que nadie, alguna vez más que nunca. Tras la puerta se oyen ecos de discusiones: si alguien calvicie, que se puede ver en miles de cabezas se pregunta si es real, ¿qué esperanza me queda a mi?, lamenta Nada. Si Sequía, que afecta a tantos millones de personas cada día no sabe de su existencia, ¿qué queda para mí?, se pregunta Nadie. Si Excepción, que es tan raro de ver que todos le buscan ha dejado de importar, ¿quién se preocupará por mí?, opina Nunca. Tiempo, como siempre, está haciendo de las suyas y parece infinito para las dos cualidades, que se sienten cada vez más ínfimas, cada vez más nada, cada vez más nadie.

Desde la antesala, la voz de Comprensión suena quebrada y rota, como si por una vez no entendiera ni una palabra de lo que se está discutiendo. Tristeza llora cada vez más fuerte, parece que no hay manera de que se haga escuchar, y Alegría se ríe, pero es una risa nerviosa, como un augurio de que las conversaciones no marchan nada bien. De repente, se hace silencio. Nada, Nadie y Nunca conocen bien esa voz: es Soledad, que casi siempre les acompaña ya que prefiere estar con Nadie y no decir Nada Nunca. Suena grave pero sereno, como siempre. Si ha hablado, algo muy importante está teniendo que pasar. Entonces las puertas se abren de par en par. Es él, Soledad, el primero en abandonar la sala. Nada, Nadie, Nunca le siguen mientras los demás murmuran dentro. Soledad camina sin prisa. A Nada no le importa, porque no tiene nada que hacer. A Nadie no le preocupa, nunca ha quedado con nadie. A Nunca nunca le importan este tipo de cosas.

Por fin Soledad se gira y las mira. “Existís”, les dice, “estad tranquilas. Cómo podrían sino existir sin vosotras Algo, Alguien o Siempre. Y, lo que es más importante: cómo podría haber una Soledad sin Nada, sin Nadie, sin Nunca”.

Mientras se aleja despacio, las tres cualidades asienten.






Vir

martes, 30 de septiembre de 2008

Al Son de tus Dedos /
Encadenada a tus Juegos

La luz pálida de la luna se cuela entre los resquicios de la persiana, pero tú no te has dado cuenta, hace un buen rato que duermes despreocupado de espaldas a mí. Respiras quedamente, ajeno al mundo, perdido entre sueños en los que ya no aparezco. Añoro esas noches en las que te acurrucabas a mi lado, buscando mi calor, y esos grandes abrazos nocturnos en los que me hacías sentir deseada y segura. Me sentía protegida por tus ojos, como si me asegurasen que las cosas jamás cambiarían, como si el mundo fuese algo nuestro, un parque de juegos privado. Ahora me siento atrapada. Atrapada en un mundo que no entiendo, en el que sólo puedo distinguir tu frío y tu distancia. Sólo me quedan las cenizas de los recuerdos. Tirada en la cama, cerca y a la vez tan lejos de tí, recuerdo cómo bailaban los sentidos al son de tus dedos...

Sarg

La lluvia cae tranquila y resbala por el cristal de la ventana, pero tú no te has dado cuenta, hace un buen rato que solo tienes ojos para mí. Me has desnudado despacio, como si desconocieras el mecanismo de las cremalleras y de los botones, como si nunca hubieses recorrido con las yemas de los dedos el broche de mi sujetador. Y ahora me besas el pelo y te enredas en caricias que me dejan erizada la piel de los pulmones, de tanto respirar. Me gusta que me envuelvas en tus ojos, como si el mundo empezara en mi cintura y terminara en algún punto perdido entre tus dedos. Me hace sentir libre y a la vez presa entre tus pies, atrapada por tus labios, condenada al calor de tus abrazos. Y eso también me gusta. Así que, por esta vez, guardo silencio y sigo la estela de tus besos: esta noche quiero estar encadenada a tus juegos…





Vir

miércoles, 10 de septiembre de 2008

El Telón Desgastado /
La Sinfonía del Silencio

El telón desgastado parece más viejo aún con todas las luces de la sala encendidas, y las acogedoras mesitas metálicas nunca debieron estar pegadas al suelo, pero seguramente alguien ajeno al teatro pensó que sería mejor así. Todavía se oye en la calle el murmullo del público, los más rezagados se marcharon hace poco, dejando en la atmósfera un humo ligero y azul. Lo que más le gusta limpiar es el escenario, aunque no haya focos que lo alumbren y aunque no sepa tocar. En su función nunca hay aplausos, pero le gusta imaginar a un público fascinado por el espectáculo absurdo de barrer.

Los pasillos que llevan a los camerinos son un hervidero de desorden: un whisky sin hielo convertido en charco, partituras que ahora son un montón arrugado junto a una papelera, cenizas de vidas, fragmentos de ideas, ilusiones rotas en forma de fotografías. A veces siente pena de que a la mañana siguiente no vaya a quedar nada. Luego piensa que su trabajo es un continuo empezar de cero para quienes la rodean y le parece incomprensible que nadie se haya dado cuenta todavía. Entra en el camerino del artista con su idea brillante y rebusca papeles y tinta para dejársela por escrito, para que la aproveche y la utilice y la toque sobre el escenario con sus cuerdas invisibles y con sus notas de silencio.

Pero la era del papel ha terminado y solo hay teclados efímeros. Cierra la puerta y se resigna a otra noche sin aplausos.

Vir

El ajado telón carmesí se abre lentamente sobre el escenario. Decenas de mesas redondas, cientos de personas, algunas con la suerte de estar sentadas, otras agolpadas como pueden en escaleras, pasillos y rincones. Los focos iluminan el micrófono que se alza solitario en medio del polvoriento escenario. El intenso zumbido de colibrí de las voces del público muere progresivamente, y un silencio absoluto se posa grácilmente sobre el teatro.

Una figura abandona los camerinos y entra en el escenario. Gabardina gastada, zapatos viejos y ojos de lince. Tras un par de ovaciones y aplausos del público, aguarda a que muera el bullicio de nuevo y comienza a tocar en silencio su guitarra sin cuerdas. Cada acorde fantasmal sirve de marco para las invisibles palabras de la canción. Cantautor de versos rotos, trovador de estrofa partida, teje incorpóreas notas de silencio en el aire. La quietud alcanza un crescendo al llegar el solo, sus dedos moviéndose como mariposas revoloteantes sobre las cuerdas inexistentes. En un frenesí de ritmo de octavas sesgadas, finaliza su canción etérea en un largo suspiro mudo.

La multitud estalla en entusiasmados aplausos.

Sarg

jueves, 10 de julio de 2008

Apagarse / Arder

La llama devora y consume la mecha, fundiendo quedamente la cera en pequeños charcos temblorosos. Casi puedes oír los jadeos entrecortados del oxígeno al ser seductoramente utilizado para alimentar el fuego. La llama arde con pasión, rápidamente. Pero la mecha no es eterna. Poco a poco va ennegreciéndose, tornándose más débil y quebradiza. En unas horas, un fragmento carbonizado de la mecha cae en el charco de cera. La pequeña llama se vuelve insegura, dudosa. Ya no tiene más espacio para arder. En un último suspiro, se deshace y libera un hilo de humo gris que serpentea hacia el cielo. La voluta y las cenizas son el único recuerdo de algo que ardió con tanta fuerza e ilusión.

Y lloras. Y en el pecho se te clavan mil agujas. Y todas las palabras te saben a humo. Y querrías haber alargado la mecha, haberla acunado con tus manos para guardar la llama durante más tiempo. Pero sabes que el fuego que arde con pasión es un fuego condenado a apagarse, por glorioso que sea el tiempo que dura encendido. Y, mirando la mecha partida, deseas que al menos nadie pueda jamás arrebatarte el recuerdo de las cenizas.


Sarg

Ardes. En mi mente y en mis cuentos, como hojas secas, como el papel. Luchas por salir de las ideas y volverte material, por tocarme con tus manos transparentes y besarme con tu risa de espejismo. Ardes y consumes mi cabeza.

Ardo. De querer arder en tus abrazos y en tu piel. De la rabia de esperar durante inviernos. Del deseo de fundir a fuego lento tatuajes en tu espalda. Corro en busca de las idas y venidas, ausente de todo excepto de tus ojos. Ardo y me consumo en tus sueños.

Ardemos. Y el fuego lo arrasa todo. Destruye los alrededores. Para que empecemos otra vez de cero.






Vir