sábado, 13 de diciembre de 2008

Recetas

Con la boca pastosa por la resaca y los ojos aún entrecerrados, cojo el papel de la receta, que cuelga sujeta de un imán con forma de vaca de la puerta de la nevera.

200 gramos de frustración
1 bol (valdrá el de las ocasiones perdidas)
1 cucharadita de rabia
2 tazas de rechazo

Primero, derretir en un cazo a fuego lento la mitad de la frustración, hasta que arda roja y viva como si fuese odio. Verter la cucharada de rabia y remover lentamente. Ir añadiendo más frustración hasta que la mezcla rebose el cazo, para inmediatamente dejarla enfriar hasta que coagule. Mientras tanto, colocar el contenido de las tazas de rechazo en el bol de las ocasiones perdidas. Comprobamos como está de sal y rectificamos si hace falta. Finalmente, verter el efecto del rechazo sobre la rabia y la frustración y servir frío.

Tiro asqueado la receta a la papelera. Algunos "manjares" desearía no haberlos probado nunca.




Sarg

Con el sabor a sonrisa que deja el roce de dos lenguas en la boca, miro de lejos el papel de la receta que clavó con chinchetas en la pared, frente a mi cama.

200 gramos de risa (puede aumentarse la cantidad al gusto)
1 bol (valdrá el de los guiños casuales)
1 cucharada sopera de sueños
2 tazas de abrazos y caricias

Hervir a fuego lento la risa hasta que vaya transformándose en miradas intensas y en silencios cómplices. Verter el contenido todavía caliente en el bol de los guiños casuales y mezclar con una cucharada sopera de sueños hasta que estos queden tan disueltos que no se distingan de la realidad. Siempre con la masa cerca del fuego para que no pierda calor ir añadiendo poco a poco y en tímidas dosis caricias y abrazos hasta completar las dos tazas. Entonces el plato estará listo para tomar, a ser posible en un lugar cómodo y acogedor. Es conveniente servirlo acompañado de besos, preferentemente en el cuello y en los labios.

Miro la receta divertida: el guiso salió justo en su punto.




Vir

viernes, 5 de diciembre de 2008

Tú duerme...

-Tú duerme, ya veremos si despiertas.

Oyó el crujir de la puerta al cerrarse y sintió un escalofrío. Hacía tiempo que no dormía. Se quedaba traspuesto a ratos, sí, y daba cabezadas para no volverse completamente loco, si es que no lo estaba ya. Pero aquella maldita frase se repetía cada noche. Sus labios la susurraban, dando por hecho que él no podía oírla. Y luego cerraba la puerta despacio y sus tacones tintineaban contra las baldosas del pasillo.

Hacía meses que le vigilaba, y estaba convencido de que no podría escapar. Tarde o temprano no despertaría. Y había llegado a la conclusión de que era mejor no esperar más, así que cogió aire y suspiró, casi de alivio, al cerrar por completo los ojos, al dejar la mente en blanco, al saber que al fin era el momento de descansar. Estaba tan débil que no tardó más de dos minutos en desligarse del mundo real.

Por primera vez desde que llegó a la casa, aquella noche no oyó sus tacones golpeando de vuelta la oscuridad de la noche unas horas después. En realidad, daba lo mismo: cuando decidió abandonarse al sueño sabía que lo más probable era que no volvería a oír nada más.

Vir

-Tú duerme, ya veremos si despiertas.

Fue la frase que la muerte susurró en sus oídos tras el accidente, con su cuerpo debilitado por la pérdida de sangre, y su mente sumida en la neblina de la semi-inconsciencia. Cansado y derrotado, cerró los ojos, consciente entre sus delirios de que probablemente fuese la última vez que los cerraba, y de que el recuerdo que se llevaría a la tumba sería el de la luna delantera astillada y rota.

Soñó durante meses. En ocasiones veía figuras, sombras de su propia vida. Creía oír voces que le hablaban, que le animaban, e intentaba despertar de su sueño crepuscular, sin conseguirlo. Otras veces parecía hundirse en un pozo sin fondo, alejándose del mundo. A veces los sueños eran grotescamente abstractos, formas y colores serpenteantes. Y, a menudo, soñaba con la muerte que le visitó aquel día.

Un día abrió los ojos y terminó su sueño. Una nube de doctores revoloteó sobre su cama, pero él no les veía. Sólo tenía ojos para la figura esbelta y femenina de la muerte, mirándole al pie de su cama, y hablando sólo para él con una misteriosa sonrisa: "Esta vez tuviste suerte. Volveremos a vernos".

Sarg

miércoles, 12 de noviembre de 2008

La Mujer de Humo /
El Hombre de Carne

Él busca a la mujer de humo. Imagina su sonrisa en cada gesto, en cada palabra, pero no la ve. Recuerda sus ojos, aunque jamás ha mirado dentro de ellos, ni ha desentrañado los secretos que esconden. Cree oír su voz detrás de cada esquina, alejándose. Su pelo ondula como un fantasma huidizo, siempre unos metros más adelante, perdiéndose entre la multitud, como una ilusión apenas percibida que se desvanece cuando la miras durante unos segundos. Sobresaltado, la busca, adelantándose y apartando a la gente, aunque nunca la encuentra. La necesita. A veces, cree tenerla entre sus brazos, y se ilusiona. Pero al cerrar sus manos el humo se disipa y vuela, se deshace en volutas que revolotean cuidadosas, fomando remolinos.

Nadie puede atrapar a la mujer de humo. Ni siquiera las lágrimas pueden hacerla real.




Sarg

Ella observa al hombre de carne. Se recrea en las arrugas de su frente y se pregunta por qué se siente preocupado. Le mira a los ojos, deseando que por una vez se fije en ella, la sonría, no pase de largo. Su voz es un espejismo, un oasis difícil de distinguir de la realidad. Su espalda se dibuja tras las sombras, nítida como si descansara en una calle solitaria, como si el mundo estuviese parado y vacío, abierto solo para ellos dos. Respira hondo y le sigue, buscando sus huellas en la nieve de su vida, segura de que hoy no le dejará escapar. Le extraña. A veces cree que al fin se ha dado cuenta de que existe. Pero al verle frente a frente comprende que él sigue buscando aún.

El hombre de carne se resiste un día más: es tan real que se desvanece como lágrimas de humo entre la niebla.




Vir

martes, 4 de noviembre de 2008

Labios / Ojos

Miraba atrapada sus labios, cerrados como dos medias lunas abrazándose en un misterioso vals. La fuerza de su expresión reflejaba de manera inequívoca su fuerza interior, como si un foco iluminase su alma desde dentro, deslumbrándome. Quería dejarme llevar, como atrapada por un remolino en el océano, arrastrada a las insondables profundidades tras su sonrisa.
No pensaba con claridad. Sus labios habían raptado a mi raciocinio. Todo se desarrolló como en un sueño fugaz, de esos en los que no estás segura de si estás despierta o sigues durmiendo. Sus brazos me rodearon, agarrando con suavidad mi cintura, acercándome hacia él. Confundida, sólo podía ver sus labios, como hipnotizada. Y en ese momento crítico dudé: dudé de si estaba haciendo lo correcto.
Y todos sabemos que un beso con dudas no es tan delicioso como uno sincero.

Sarg

Miraba atrapando mis ojos, igual que dos gotas de mercurio tienden irremediablemente a juntarse en un todo. Y la fuerza de aquellos ojos, me daba la impresión, podrían haber derrumbado con un pestañeo todos los pilares de mi vida si me hubiera resistido. Así que me dejé llevar, como en una espiral de hipnosis, hasta el fondo negro que guardaba más allá de sus pupilas.
Me sentí flotar. El peso de su mirada hacía descaradamente liviano todo lo demás. Tuve suerte, creo yo, de tener el colchón de sus brazos. De lo contrario, hubiera chocado de bruces contra un universo de angustias. Ahora lo veo claro: sus ojos me hubieran lanzado cadenas si hubiese querido escapar. Por eso, hice lo único que merecía la pena: perderme en sus ojos, como si el mundo terminase allí.
Y en verdad los suyos eran unos ojos para un final feliz del mundo.

Vir

sábado, 25 de octubre de 2008

Lluvia

Huele a lluvia. A barro mojado y remojado una vez más. Al viento azotando los cristales empapados, desgastados, siempre fríos. A gotas resbalando al otro lado de la ventana, como un lágrima que escapase de tus ojos y tocase mi alma y atravesase mi piel. Huele a días grises de invierno, pero no a tormenta, que se pasará enseguida. Huele a la estación de las lluvias en África, a los calcetines constantemente mojados, a los neumáticos que resbalan sobre el asfalto pegajoso, como arrancando el alquitrán en cada rotación. Huele a pena. A estaciones de metro con servicio interrumpido. A alcantarillas que rebosan, que llevan hacia fuera lo poco bueno que quedaba escondido, seguro bajo tierra. Huele a miedos de tsunami, a miedos de ciénaga, a miedo de coches atrapados en un lodo que no existe en la ciudad. Huele a oscuridad y a incompetencia. A la impotencia del vacío y a las ausencias y a las carencias. Huele a botas de goma pisando los charcos. A armarios cerrados, doblados por la humedad. A leña que no prende y que se cubre de musgo. A aceras de losetas que resbalan. Huele a cansancio. A un día entre semana. Huele a persianas cerradas, a mensaje en la botella, a manos agrietadas por fregar con lejía, a sinopsis. Huele a colillas y granizo. A naranjas caídas del árbol. A pelo y a piel y a saliva. Huele a rechinar de dientes, a escalofrío, a nevera desenchufada. Huele a niebla espesa, de esa que cala, que se cuela en el cuerpo. Huele a lluvia, a lluvia, nada más.

Vir

Huele a lluvia. A ozono y a tierra recién mojada. Al viento meciendo las cortinas de la ventana entreabierta. A gotas repiqueteando suavemente sobre el alféizar metálico, creando una melodía de xilófono improvisada. Huele a tormenta de verano, de las que sacuden el aire con espasmos eléctricos. Huele a la vegetación del parque bebiendo feliz bajo el abrazo de la lluvia, a los árboles moviéndose al ritmo de la tormenta, al romanticismo de las parejas que andan deprisa, abrazados bajo un paraguas. Huele a esperanza. A sentimientos ensalzados por la atmósfera cargada. A manantiales que de nuevo han vuelto a la vida, tras meses desaparecidos por la interminable sequía. Huele a calles convertidas en ríos artificiales, con sus corrientes, sus remolinos y sus oleadas. Huele a nostalgia, a novelas de época y a recuerdos de la infancia. A aquello que ya ha pasado y a promesas para el futuro. Huele al plástico de un impermeable barato. A tu pelo empapado cayendo en mechones sobre tus mejillas. A la risa de los niños que salpican en los charcos. Huele a nuevas oportunidades. A renovación. Huele a las macetas mojadas en el porche, a las sábanas calientes mientras nos acurrucamos en la cama, protegiéndonos de los truenos de la tormenta. Huele a sonrisas, a un pequeño bungalow en la playa calentado por una estufa de carbón, a castañas asadas tomadas en compañía. Huele a nubes grises, de esas que anuncian tormenta y relámpagos. Huele a lluvia, a lluvia, nada más.

Sarg

jueves, 16 de octubre de 2008

A Puerta Cerrada

Frío tirita en su asiento, mientras Oscuridad entorna sus ojos, esforzándose por ver al resto de sus compañeros. Desgraciadamente, Ausencia no ha podido asistir a la reunión de hoy. Con una tos educada, Calvicie hace callar a todos, empezando así la sesión.

- "Caballeros, caballeros, por favor, un poco de orden" - exclama. "Como todos saben, el tema a discutir hoy es el porqué de nuestra propia existencia. Doy la palabra a Silencio que, dada la importancia de la situación, ha considerado romper su habitual timidez a hablar y exponernos sus razonamientos".

Silencio expone largo y tendido el problema. ¿Cómo puede justificarse la existencia de todos ellos? Son cualidades abstractas, no cuantificables, creadas para darle sustancia al concepto de la Nada. Sequía, siendo ésta su primera reunión, parece ofendida por las implicaciones de este razonamiento. Al fin y al cabo, explica, ella no es un concepto abstracto, ya que una sequía es un desastre natural que puede dañar a muchas personas y seres vivos. Educadamente, el resto le explican que una sequía no es más que, al fin y al cabo, la falta de Agua. Sequía calla y se hunde en su asiento, perdida en este pensamiento. Vacío, íntimo amigo de Silencio, anima a éste a que continúe su exposición.

La reunión transcurre como un tira y afloja durante unos minutos, sin llegar a ningún sitio. Cerca del final del tiempo establecido, una risa sarcástica desde una esquina de la habitación acalla las voces de los demás. Es Soledad, un tipo extraño. Nunca se relaciona con los demás, simplemente observa y sonríe, y parece juzgar.

- "Absurdo, absurdo... Discutís y os preocupáis por nuestra existencia, cuando es obvio que existimos, pues si no no estaríamos aquí, hablando y perdiendo el tiempo. El porqué existimos es indiferente. Es así, es ley de vida, jamás podremos entenderlo. Lo único que importa, lo único, es que somos necesarios. El mundo nos necesita. ¿Qué sería del invierno sin el frío? ¿Qué sentido tiene la luz sin oscuridad? ¿Quién llenaría el incómodo Silencio con un beso apasionado? Nos necesitan. Y, mientras nos necesiten, seguiremos existiendo. El resto no son más que palabras perdidas y echadas a perder. Esta es vuestra respuesta".

Con un gesto más cansado que enojado, recoge su gabardina y su sombrero y sale de la habitación. Poco a poco, pensativos, el resto de los ocupantes de la habitación asienten.

En la calle, Soledad camina sin prisa.


Sarg

Nada espera fuera. Como siempre, ha pasado inadvertida y no la han invitado al debate. Junto a ella está Nadie, otra gran excluida, y , por supuesto Nunca, que nunca acude a las citas. Guardan silencio y están preocupadas, tienen la seria sospecha de que si alguna de las cualidades no existe, serán precisamente ellas.

Incluso Silencio, que siempre calla, y Soledad, que siempre está distante, y Vacío, que casi es invisible, se encuentran tras las puertas. Pero claro, ellos son algo más que nada, alguien más que nadie, alguna vez más que nunca. Tras la puerta se oyen ecos de discusiones: si alguien calvicie, que se puede ver en miles de cabezas se pregunta si es real, ¿qué esperanza me queda a mi?, lamenta Nada. Si Sequía, que afecta a tantos millones de personas cada día no sabe de su existencia, ¿qué queda para mí?, se pregunta Nadie. Si Excepción, que es tan raro de ver que todos le buscan ha dejado de importar, ¿quién se preocupará por mí?, opina Nunca. Tiempo, como siempre, está haciendo de las suyas y parece infinito para las dos cualidades, que se sienten cada vez más ínfimas, cada vez más nada, cada vez más nadie.

Desde la antesala, la voz de Comprensión suena quebrada y rota, como si por una vez no entendiera ni una palabra de lo que se está discutiendo. Tristeza llora cada vez más fuerte, parece que no hay manera de que se haga escuchar, y Alegría se ríe, pero es una risa nerviosa, como un augurio de que las conversaciones no marchan nada bien. De repente, se hace silencio. Nada, Nadie y Nunca conocen bien esa voz: es Soledad, que casi siempre les acompaña ya que prefiere estar con Nadie y no decir Nada Nunca. Suena grave pero sereno, como siempre. Si ha hablado, algo muy importante está teniendo que pasar. Entonces las puertas se abren de par en par. Es él, Soledad, el primero en abandonar la sala. Nada, Nadie, Nunca le siguen mientras los demás murmuran dentro. Soledad camina sin prisa. A Nada no le importa, porque no tiene nada que hacer. A Nadie no le preocupa, nunca ha quedado con nadie. A Nunca nunca le importan este tipo de cosas.

Por fin Soledad se gira y las mira. “Existís”, les dice, “estad tranquilas. Cómo podrían sino existir sin vosotras Algo, Alguien o Siempre. Y, lo que es más importante: cómo podría haber una Soledad sin Nada, sin Nadie, sin Nunca”.

Mientras se aleja despacio, las tres cualidades asienten.






Vir

martes, 30 de septiembre de 2008

Al Son de tus Dedos /
Encadenada a tus Juegos

La luz pálida de la luna se cuela entre los resquicios de la persiana, pero tú no te has dado cuenta, hace un buen rato que duermes despreocupado de espaldas a mí. Respiras quedamente, ajeno al mundo, perdido entre sueños en los que ya no aparezco. Añoro esas noches en las que te acurrucabas a mi lado, buscando mi calor, y esos grandes abrazos nocturnos en los que me hacías sentir deseada y segura. Me sentía protegida por tus ojos, como si me asegurasen que las cosas jamás cambiarían, como si el mundo fuese algo nuestro, un parque de juegos privado. Ahora me siento atrapada. Atrapada en un mundo que no entiendo, en el que sólo puedo distinguir tu frío y tu distancia. Sólo me quedan las cenizas de los recuerdos. Tirada en la cama, cerca y a la vez tan lejos de tí, recuerdo cómo bailaban los sentidos al son de tus dedos...

Sarg

La lluvia cae tranquila y resbala por el cristal de la ventana, pero tú no te has dado cuenta, hace un buen rato que solo tienes ojos para mí. Me has desnudado despacio, como si desconocieras el mecanismo de las cremalleras y de los botones, como si nunca hubieses recorrido con las yemas de los dedos el broche de mi sujetador. Y ahora me besas el pelo y te enredas en caricias que me dejan erizada la piel de los pulmones, de tanto respirar. Me gusta que me envuelvas en tus ojos, como si el mundo empezara en mi cintura y terminara en algún punto perdido entre tus dedos. Me hace sentir libre y a la vez presa entre tus pies, atrapada por tus labios, condenada al calor de tus abrazos. Y eso también me gusta. Así que, por esta vez, guardo silencio y sigo la estela de tus besos: esta noche quiero estar encadenada a tus juegos…





Vir

miércoles, 10 de septiembre de 2008

El Telón Desgastado /
La Sinfonía del Silencio

El telón desgastado parece más viejo aún con todas las luces de la sala encendidas, y las acogedoras mesitas metálicas nunca debieron estar pegadas al suelo, pero seguramente alguien ajeno al teatro pensó que sería mejor así. Todavía se oye en la calle el murmullo del público, los más rezagados se marcharon hace poco, dejando en la atmósfera un humo ligero y azul. Lo que más le gusta limpiar es el escenario, aunque no haya focos que lo alumbren y aunque no sepa tocar. En su función nunca hay aplausos, pero le gusta imaginar a un público fascinado por el espectáculo absurdo de barrer.

Los pasillos que llevan a los camerinos son un hervidero de desorden: un whisky sin hielo convertido en charco, partituras que ahora son un montón arrugado junto a una papelera, cenizas de vidas, fragmentos de ideas, ilusiones rotas en forma de fotografías. A veces siente pena de que a la mañana siguiente no vaya a quedar nada. Luego piensa que su trabajo es un continuo empezar de cero para quienes la rodean y le parece incomprensible que nadie se haya dado cuenta todavía. Entra en el camerino del artista con su idea brillante y rebusca papeles y tinta para dejársela por escrito, para que la aproveche y la utilice y la toque sobre el escenario con sus cuerdas invisibles y con sus notas de silencio.

Pero la era del papel ha terminado y solo hay teclados efímeros. Cierra la puerta y se resigna a otra noche sin aplausos.

Vir

El ajado telón carmesí se abre lentamente sobre el escenario. Decenas de mesas redondas, cientos de personas, algunas con la suerte de estar sentadas, otras agolpadas como pueden en escaleras, pasillos y rincones. Los focos iluminan el micrófono que se alza solitario en medio del polvoriento escenario. El intenso zumbido de colibrí de las voces del público muere progresivamente, y un silencio absoluto se posa grácilmente sobre el teatro.

Una figura abandona los camerinos y entra en el escenario. Gabardina gastada, zapatos viejos y ojos de lince. Tras un par de ovaciones y aplausos del público, aguarda a que muera el bullicio de nuevo y comienza a tocar en silencio su guitarra sin cuerdas. Cada acorde fantasmal sirve de marco para las invisibles palabras de la canción. Cantautor de versos rotos, trovador de estrofa partida, teje incorpóreas notas de silencio en el aire. La quietud alcanza un crescendo al llegar el solo, sus dedos moviéndose como mariposas revoloteantes sobre las cuerdas inexistentes. En un frenesí de ritmo de octavas sesgadas, finaliza su canción etérea en un largo suspiro mudo.

La multitud estalla en entusiasmados aplausos.

Sarg

jueves, 10 de julio de 2008

Apagarse / Arder

La llama devora y consume la mecha, fundiendo quedamente la cera en pequeños charcos temblorosos. Casi puedes oír los jadeos entrecortados del oxígeno al ser seductoramente utilizado para alimentar el fuego. La llama arde con pasión, rápidamente. Pero la mecha no es eterna. Poco a poco va ennegreciéndose, tornándose más débil y quebradiza. En unas horas, un fragmento carbonizado de la mecha cae en el charco de cera. La pequeña llama se vuelve insegura, dudosa. Ya no tiene más espacio para arder. En un último suspiro, se deshace y libera un hilo de humo gris que serpentea hacia el cielo. La voluta y las cenizas son el único recuerdo de algo que ardió con tanta fuerza e ilusión.

Y lloras. Y en el pecho se te clavan mil agujas. Y todas las palabras te saben a humo. Y querrías haber alargado la mecha, haberla acunado con tus manos para guardar la llama durante más tiempo. Pero sabes que el fuego que arde con pasión es un fuego condenado a apagarse, por glorioso que sea el tiempo que dura encendido. Y, mirando la mecha partida, deseas que al menos nadie pueda jamás arrebatarte el recuerdo de las cenizas.


Sarg

Ardes. En mi mente y en mis cuentos, como hojas secas, como el papel. Luchas por salir de las ideas y volverte material, por tocarme con tus manos transparentes y besarme con tu risa de espejismo. Ardes y consumes mi cabeza.

Ardo. De querer arder en tus abrazos y en tu piel. De la rabia de esperar durante inviernos. Del deseo de fundir a fuego lento tatuajes en tu espalda. Corro en busca de las idas y venidas, ausente de todo excepto de tus ojos. Ardo y me consumo en tus sueños.

Ardemos. Y el fuego lo arrasa todo. Destruye los alrededores. Para que empecemos otra vez de cero.






Vir

jueves, 3 de julio de 2008

Deber

El hombre se inclina sobre la barra. Con un gesto sobre el sucio vaso, bajo y grueso, indica al barman que lo rellene de whisky. Seco, sin hielo. En esta época, uno de los mejores lugares en Dakota del Sur para beber whisky. A cualquier otro hombre le habrían afectado ya las copas de más, pero no a él. Como si fuese un acto sagrado, lleva el vaso a sus labios y lo apura de un largo trago, ante la atónita mirada del barman.

- ¿Sabe? Esta es una de las pocas cosas que realmente merecen la pena. -puntúa con una cínica risilla.

A sus espaldas, unos hombres juegan al póker, animados por un par de las chicas del local. Las puertas se abren súbitamente de par en par, y un hombre con perilla y pelo lacio avanza unos pasos, saca un revólver de calibre 45 y dispara en la cabeza a uno de los jugadores de póker, por la espalda. El local estalla en un revuelo inmediato, las chicas gritando y el barman intentando mantener la calma. A fin de cuentas, esto no es aquí un hecho inusual.

Nadie repara ya en la figura que sigue de espaldas a la acción, terminando otro vaso de whisky más. Y nadie reparará. Aunque más tarde quieran recordarle, sólo les vendrá a la mente un forastero introvertido y borrachín, alguien que pasa desapercibido. Con un suspiro y sacudiendo la cabeza, el forastero deja su vaso de whisky y agarra la afilada guadaña que había dejado apoyada contra la barra.

No es un trabajo agradable, pero alguien tiene que hacerlo.

Sarg

Ha perdido la cuenta del whisky que ha bebido esta noche. Esta maldita noche. La noche en que, una vez más, hará caso al deber de cumplir con los trabajos sucios. Se sabe de memoria la pose sobre la barra y repite los mismos comentarios en cada bar que entra. Aquí, en Dakota del Sur, no son muy diferentes a los borrachos del resto del mundo. Putas y jugadores. Y asesinos. Poco más.

- ¿Sabe? Esta es una de las pocas cosas que realmente merecen la pena. - El barman le mira compasivo, como tantas veces le han mirado, sin tener ni idea. Ninguno tiene idea de nada.

Lo demás ocurre deprisa: el chocar de las puertas, los pasos firmes, el disparo, el revuelo en el bar, la guadaña. Y después la confusión y el caos. Tal vez es fruto del alcohol, tal vez de los nervios, de los gritos generales, del sudor de sus manos. ¿Qué ocurre después? ¿Qué ocurre cuando siente el deber inexplicable de empuñar su letal arma?

El sueño siempre acaba ahí. Estoy seguro de que el tipo no soy yo, porque a él le mueve el deber y el trabajo bien hecho. Si hubiera sido yo, habría agarrado la guadaña y habría rebanado todas las cabezas, una a una, como un irresponsable.

No estoy orgulloso de la muerte, pero siempre he sido impulsivo…

Vir

martes, 24 de junio de 2008

Inocente / Culpable

Señoría, reconozco que puedo caer en el desacato, pero no puedo sino declararme inocente. Puede que todas las pruebas apunten a mi culpabilidad, mas mantengo que son circunstanciales, y como mínimo podría alegarse que el presunto crimen cuenta con circunstancias atenuantes que, a mi parecer, no han sido tenidas en cuenta.

Debo alegar, al menos, un desconocimiento por mi parte de las leyes que rigen este tipo de ofensas. Lo sé, el desconocimiento de una ley no exime de su cumplimiento. Créame, ójala hubiese entendido de forma apropiada las reglas del juego antes de empezarlo. Su señoría sabe que la legislación que regula los intrincados laberintos del corazón es cambiante, confusa, difusa y farragosa, plagada de cláusulas laterales, excepciones, remiendos y demás. Si hubiese sabido a qué me enfrentaba, tal vez nunca hubiese decidido seguir adelante.

Apelo a que sea misericorde en su sentencia. Es innegable que el daño está hecho, que las heridas están presentes, que los corazones necesitarán una larga temporada de rehabilitación, que algunos besos han muerto para jamás volver a la vida, y que se ha insultado el buen nombre de la inocencia. No niego el crimen, eso me lo impediría mi conciencia, tan sólo niego mi responsabilidad directa del mismo.

Hay crímenes que suceden por sí sólos, Señoría. Es lo único que puedo presentar como defensa.

Sarg

La condena fue clara: culpable. No era de extrañar, después de la prisión provisional sin fianza, de los intentos fallidos de pedir la libertad sin cargos, de las pruebas concluyentes. No hacía falta ser abogado, ni juez, ni parte para saber que era delito. Que su risa era delito. Que su mirada era delito. Que su boca y sus brazos y su cuello eran delito.

La sentencia no dejaba lugar a dudas: el lugar del crimen, la reiteración, y la premeditación y la alevosía, todo estaba debidamente probado y contrastado por testigos oculares. Se habían conocido un lunes. Se habían citado un jueves. Se enamoraron un viernes y se acariciaron un sábado. A la vista de todos se produjo el beso, un martes. Había pruebas tangibles de que hicieron el amor -volvía a ser viernes-. Y se escaparon del mundo el domingo. El miércoles era el único día libre de cargos, y ni siquiera: la factura del teléfono así lo demostraba.

Y fue sentencia firme. No cabían recursos ni alegaciones. Nada de protesto señoría. Ni siquiera el amparo del Tribunal Constitucional. Ni autos de La Haya. Ni un hueco en Estrasburgo. Es más, la pena, debido a la gravedad de los hechos, a la conmoción que causaron, a la alarma social y la polémica política, se cumpliría íntegra. Sin condiciones. Con agravantes. Cadena perpetua hasta más allá de la eternidad.

Y así constó en acta. Corroborado, con doble copia, firmado y por escrito.

Vir

jueves, 12 de junio de 2008

Antes de la Cena

Me miraba una y otra vez en el espejo: el vestido azul me quedaba tan bien, y las sandalias eran preciosas, estaba segura de que le encantarían. Llevaba una semana probándome el conjunto cada tarde, sabía que todo iría sobre ruedas. Hasta unas horas antes de la cena.

Seguía allí parada, con el vestido azul y las sandalias, tan perfecta ante el espejo. Inmóvil, como quien no puede creerse el reflejo de su propia vida, como quien no acepta la verdad de las palabras ni las mentiras del viento. Y la ilusión y las ganas se habían convertido solo en miedo y en gritos y en un universo borroso. Guardé las sandalias en la caja, y volví a colgar el vestido azul en el fondo del armario a sabiendas de que, probablemente, no lo volvería a sacar en mucho tiempo. El maquillaje se mezcló con el rimel y dejó surcos negros en la almohada, tatuando la prueba imborrable de una noche de insomnio más. Me sentí vacía y sola al entender que, de nuevo, estaba castigada sin cenar.

Vir

Alisas con cuidado la última arruga del blanco mantel. La oscura habitación parece adquirir un ambiente onírico bajo la luz titilante de varias velas estratégicamente colocadas, arrojando sombras chinescas que parecen bailar y contornearse alrededor de las copas de vino. Los cubiertos han sido situados con esmero, atendiendo al factor estético y a la utilidad práctica. Nada puede estar fuera de lugar, todo debe estar perfecto. En un rápido viaje a la cocina, traes las dos fuentes de la ensalada de foie y jamón de pato que llevas una hora preparando, y las colocas con cuidado en la mesa, dejando a un lado las servilletas. Como último toque de distinción, doblas las servilletas de esa forma que te enseñó tu madre cuando eras pequeño, como suelen doblarlas en los restaurantes de lujo, y colocas una brillante rosa roja en un pequeño jarrón en medio de la mesa. Suena el timbre de la puerta y enciendes la música cuando te acercas a abrir -Canon en Re mayor de Pachelbel para tres violines y violonchelo, una de sus favoritas-.

Abres la puerta, y su radiante sonrisa te dice que no le importa que la mesa sea un tablón sobre una caja, que las sillas sean dos cojines en el suelo, que las servilletas sean de papel, los platos de plástico, el jarrón un simple vaso o que la música suene desde un MP3 en tu portátil. Sus ojos te dicen que, para hacer magia, no hace falta ser un mago, sólo amar con locura.

Sarg

jueves, 5 de junio de 2008

De espaldas / De frente

De espaldas. No te atreves a mirarme, murmuras algo y te alejas. Casi diría que lloras, aunque seguro que lo haces por inercia y sin motivos. Como siempre. Como todo.

De espaldas se te ve más grande y más fuerte y, sobre todo, más frío. Y me dejas pequeña y silenciosa, sin opción a responder, sin opción a ver tus ojos de grafito, tus labios como cicatrices que se abren con tu lengua de veneno.

La soledad va ahondando en el centro mismo de mi estómago a cada paso que das, mientras te alejas, de espaldas.

Tu espalda, que un día me pareció el mundo, no es hoy más que un adiós definitivo. Lo último que me quedo de ti. Tu ausencia. Mis ganas. Me gustaría que te girases un segundo, que dieses marcha atrás, que te quedaras para siempre. Pero te vuelves cada vez más lejano y más pequeño y más difuso. Y la imagen que me guardo eres tú de espaldas.



Vir

De frente. Me miras con descaro, sin decir una sola palabra, y te acercas. Sonríes pícaramente, de medio lado, como si planeases algo prohibido. Como de costumbre.

De frente se te ve tal como eres, pequeña y ágil, y tan cálida. Me haces sentir fuerte y dichoso, con el corazón en la punta de la lengua, perdiéndome en tus pestañas, en tus labios de fresa que prometen besos de los que saben a veneno.

La pasión retumba sobre mi estómago con cada coqueto paso felino que das, mientras te acercas, de frente.

Tu cara, que cuando la miro parece abarcar todo mi mundo, es hoy una sutil invitación. Lo primero en lo que me fijé de ti. Tu sonrisa. Mi calma. Me gustaría que siempre me mirases así, que siguieses siempre avanzando y te fundieses conmigo. Te acercas cada vez más, cada vez más concreta y real. Y la imagen que me guardo son tus labios acercándose a los míos.






Sarg

viernes, 30 de mayo de 2008

Deseo a media asta

Veo de nuevo la marea subir en tus ojos. Ese amor al ralentí, en cuarto creciente. Ese deseo a media asta, esa lujuria al baño maría. Y no ceso de preguntarme el porqué. ¿Por qué? ¿Por qué no puede ser todo más sencillo? ¿Por qué no puedes decirme lo que sientes, sea lo que sea? Deberías saber de sobra que yo no sé cómo hacerlo, que dependo de que tú tomes el primer paso. ¿Por qué no hablas de forma clara? ¿Por qué no dejas los "tal vez" y los "quizá"? ¿Por qué juegas con mis esperanzas?

Sarg

Veo en tus ojos un miedo irracional a acercarte. Un amor que te desborda y al que tienes atrapado en la jaula de tu inseguridad y de tus miedos. ¿Por qué? ¿Qué te hace pensar que no puedes ser sincero, que no sabré encajar lo que me digas? Buscas una excusa y te repites que no sabes como hacerlo, y te niegas a ver mis señales, mis gestos, mis respuestas, mi sí anticipado a tus preguntas. ¿Por qué no hablar ya de forma clara? Me acerco un poco más y te rozo con mis dedos. Y comienzan las palabras.

Vir

lunes, 26 de mayo de 2008

Terremoto

El terremoto lo barrió todo a su paso, las casas de adobe y los rascacielos, los colegios y las oficinas. Nayra temblaba bajo los escombros. Sentía todas las partes de su cuerpo, pero temía moverse, aunque fuera un milímetro, y descolocar alguno de los hierros que hacía de viga y sostenía trozos de su tienda a modo de techo, sobre la cabeza. El estruendo del polvo al caer todavía le sonaba en los oídos: era posible que, en algún lugar de la ciudad, todavía se estuviera estremeciendo la tierra. Y era extraño porque a aquel ruido descomunal le había seguido un silencio de miedo y de muerte que todavía nada ni nadie se había atrevido a romper. No había sirenas de ambulancias, ni de policías, ni de nada. Por un momento, Nayra pensó que quizás era aquello lo que ocurría: que fuera de su cárcel de escombros, más allá de lo que abarcaban sus ojos miopes ahora que había perdido las gafas, no había absolutamente nada. Aún distinguía un agujero que habría correspondido tal vez a la puerta, así que decidió intentarlo: movió primero las manos, los brazos, la cabeza, muy despacio. El pie derecho. El pie izquierdo. Nayra no sabe cuál fue el movimiento que hizo caer la improvisada viga, dejándolo todo absolutamente oscuro. En aquel preciso momento, el cielo había comenzado a llorar…



Vir

Denali maldijo a la lluvia que amenezaba con convertir en barro el polvo y arena despositados sobre el visor de su casco. Con un gesto enérgico de la mano indicó al pesado camión de la brigada de bomberos que podía avanzar por la calle sin demasiado riesgo. Aunque esta zona de la ciudad no había sido demasiado afectada por el temblor de tierra, Denali sabía que el terremoto podía producir ecos en cualquier momento que causasen nuevos temblores de tierra. Sin embargo, a pesar del riesgo, él y su equipo no habían dudado en salir a las calles lo antes posible para colaborar en los esfuerzos de rescate de los supervivientes, sepultados bajo los escombros. Mirando a izquierda y derecha mientras el camión se desplazaba con lentitud sobre la calle sin pavimentar, repleta de charcos de agua embarrada, Denali se sorprendió de la magnitud de la destrucción. Miles de casas debían haberse desplomado como castillos de naipes. La ciudad se encontraba en ruinas. De improviso, una estructura metálica se derrumba a la izquierda, sobre los escombros de lo que parecía ser una vieja tienda. En el silencio tras el derrumbamiento, Denali cree apreciar el gemido sollozante de una mujer. Con un par de órdenes eficientes, la brigada de bomberos se dirige hacia la tienda para comenzar las operaciones de rescate.



Sarg

viernes, 23 de mayo de 2008

Realidad / Sueños

No hay magia. No hay destino, ni suerte. No hay hadas, ni elfos, ni unicornios, ni fantasía. No hay otros mundos, ni viajeros en el tiempo. Murió el amor verdadero, y los sentimientos puros. No hay futuro, ni nostalgia del pasado. No hay ilusiones, ni queda ya esperanza. Los buenos tiempos no volverán, ya que nunca estuvieron allí. No existe la Tierra Prometida, ni la vida después de la muerte. No hay Dios, ni Diablo, ni cielo, ni infierno, ni tan siquiera purgatorio. No hay percepción extrasensorial, ni sueños que signifiquen algo. No hay más alienígenas que nosotros mismos. No hay conspiraciones, no hay secretos, no hay confesiones ni confidencias. No hay cosas nuevas por descubrir, no hay sorpresas agradables.

Lo único que hay es la cruda realidad.

Sarg

Pero, ¿de qué está hecha la cruda realidad? A veces lo más real y lo más crudo del día es encontrarte con la magia de que de nuevo has oído el despertador, puntual, a las siete menos veinte. O tener la suerte de que el metro te está esperando en el andén. O acordarte de aquella hada de la que habla ese niño, la misma con la que tú aprendiste a leer. El futuro y el pasado se convierten en hoy y cada paso abre camino hacia la Tierra Prometida. De repente tienes otra vez esa corazonada y te decides a cumplir aquel viejo sueño que para ti lo significa todo. Y te sientes como un extraterrestre con un mundo por descubrir.

Hay días en que la realidad se convierte en sueños.

Vir

lunes, 19 de mayo de 2008

Islas Desiertas

Bajo el sol recién nacido, las olas vuelven a volcar en esta lúgubre madrugada restos de madera podrida y algas muertas sobre la playa. Resuenan a lo lejos, sobre las voces de las gaviotas, las bocinas de los barcos en el puerto. A lo lejos, sobre la línea del horizonte, un inmenso carguero se desplaza sobre el agua con lentitud. Suspiro sentado en la orilla, en soledad, mojándome los pies con la arena empapada. Imagino que la playa solitaria se curva a mi alrededor y se cierra sobre sí misma, encerrando a la tierra.

Me imagino aquí sentado, en mi isla desierta, alejado del puerto, de las gaviotas, y del resto de seres humanos. No me es difícil imaginarlo, sentirme así, para ello sólo tengo que recordar tu voz. "¿Qué te llevarías a una isla desierta?" Curiosa pregunta, ¿quién no la ha oído formular alguna vez? Me llevaría lo único que no puedo llevarme, que jamás podré llevarme: a tí. Qué triste es que haya necesitado caminar toda esta arena para darme cuenta de que, sin tí, cualquier isla es desierta.






Sarg

Se suponía que la isla estaba desierta, así que cuando te vi en la orilla, garabateando en la arena, pensé que eras un espejismo. Los espejismos son, seguramente, idénticos a ti. Tan transparentes, tan perfectos, tan irreales y cercanos a la vez. Tuve que tocarte uno de tus hombros del color del azúcar moreno y que tus ojos chocasen con mis manos para darme cuenta de que en verdad estabas ahí.
-Por fin llegas. La isla estaba desierta sin ti.
-¿Qué? ¿Me esperabas?
-¡Pues claro!
-¿Por qué?
-Pero… ¡tú te has visto! ¿Cómo no iba a esperar a alguien como tú?
Estabas tan seguro de lo que decías que no me pude negar. Hasta me pareció lógico, me sorprendí de mi propia sorpresa inicial. Me sentí pequeña y me noté sonrojar. Me senté a tu lado. Y empezó todo.
Mirábamos al mar durante horas. Un día te pregunté de nuevo por qué me habías esperado, y me dijiste que es imposible que una isla esté desierta para siempre. Que sabías que llegaría. Que en tu isla siempre habías tenido un hueco para mí. Luego nos reímos. Siempre nos reíamos. Y entre risas me miraste fijamente:
-La pregunta no es por qué te esperaba, la pregunta es por qué viniste hasta aquí.
Me quedé seria al comprender que, en algún sitio, siempre hay una isla no tan desierta para cada uno de nosotros. Y para eso no hay porqués.
Así que decidí que lo único importante era coger tu mano y seguir mirando al mar.


Vir

lunes, 28 de abril de 2008

Pasó como en un segundo

Pasó como en un segundo, pero era un segundo de una noche de insomnio, incómodo e infinito a la vez. Sintió que había girado más de lo debido y supo que un segundo -quizás menos- después, ya el morro del coche se habría empotrado contra la mediana. No vio su vida en imágenes de treinta y cinco milímetros, quizás porque sabía de antemano que no se iba a morir. Lo que si vio fue el manual que se había aprendido de memoria en los días de autoescuela, pensó en frenar despacio, reduciendo una a una las cinco marchas, embrague mediante, antes de llegar a parar el coche. Pero se dio cuenta en seguida de que en ese momento era mejor el frenazo en seco. Pisó el pedal a fondo, pero ya sabía que no daba tiempo: a ciento veinte kilómetros por hora, un coche avanzaba nosecuantos metros antes de pararse, en cualquier caso más metros de los que había en aquel preciso instante entre el morro del coche y aquel muro de hormigón. Se acordó de que antes de que el coche parase del todo, debía pisar el embrague, por aquello de no calarlo. Aunque la idea le pareció absurda: seguramente del golpe el motor se iba a parar de todas formas. Todavía en aquel mismo segundo tuvo tiempo de mirar por los tres retrovisores, aunque no creyó ver nada, ni siquiera las inmutables líneas blancas de la autopista, así que le fue imposible saber si iba solo, si se empotraría contra otro conductor o si había un conductor detrás de él que irremediablemente estaba abocado también a participar del accidente. Cuando el faro delantero izquierdo comenzó a arañar la pared, se le ocurrió que lo más práctico era encender las luces de emergencia, y apretó el botón del salpicadero marcado con dos triángulos concéntricos al tiempo que notaba que todo se iba hacia delante mientras que su cinturón de seguridad luchaba contra las leyes de la física y lo pegaba al asiento con fuerza. Todavía pasó una eternidad más dentro de aquel segundo, hasta que el coche se detuvo: se oyeron cristales rotos y metales doblados, el tictac inmutable de las luces de emergencia, la voz desgastada de algún cantante de rock saliendo por los altavoces delanteros e incluso el sonido atronador de sus parpados, cerrados con fuerza un instante. Luego abrió los ojos. Seguía aferrado al volante. Del capó no salía humo, pero todo estaba envuelto como en una nebulosa. Intuyó que los segundos siguientes serían tan largos como el primero, y se armó de paciencia…



Vir

Pasó como en un segundo, pero era un segundo de una noche de insomnio, tan fugaz como duradero. Sus ojos se cerraron un segundo, los párpados pesados por la falta de sueño. Asustado, sintió que se desviaba de su rumbo, invadiendo el carril contrario, las ruedas resbalando impotentes sobre el pavimento mojado, sin encontrar asidero. El volante no respondía a sus movimientos, que parecían transmitirse lánguidamente a través de sus brazos, como si estuviese pugnando por moverse en un océano de gelatina. Su mente trabajaba a toda potencia, maquinando una infinidad de salidas posibles a una situación tan extrema, pero la mayoría de ellas quedaban ahogadas por la adrenalina. Recordó lejanamente que debía agarrar el volante con fuerza, mantener la dirección, y no pisar el freno a fondo, para que no se bloquease. Apretó los dientes, luchando a la vez contra la máquina y contra la inercia. En ese momento vió los dos faros que crecían, acercándose cada vez más...

El impacto frontal hizo saltar el airbag inmediatamente, y el cinturón de seguridad se cerró como la mano de un titán sobre su pecho. Pero no fue suficiente, iba a demasiada velocidad. Notó a su alrededor el chirriar del metal al retorcerse y combarse, el estruendo del cristal de la luna delantera al astillarse y reventar. Sintió un dolor agudo en las piernas, aplastadas bajo un amasijo de metal retorcido. A punto de perder la consciencia, sintió que los torturados fragmentos de metal del coche se detenían tras el golpe, sintió la sangre manar a borbotones de su frente, su brazo derecho roto en varios lugares. Supo que iba a morir.

Abrió los ojos. Asustado, sintió que se desviaba de su rumbo, invadiendo el carril contrario. Tomó el control del coche, volviendo a su carril. Respiró profundamente, plenamente despierto de nuevo gracias a la adrenalina. ¿Había ocurrido realmente? Parecía todo tan real... Encendió la radio y subió el volumen, dispuesto a no volver a dormirse al volante. Los faros del coche anunciaron un desvío a una gasolinera un kilómetro más adelante. El intermitente derecho empezó a parpadear.






Sarg

jueves, 24 de abril de 2008

Me Encuentras / Te Encuentro

Me aparezco. Derrotado, como un grito ahogado. Veo tu sonrisa, como la de un chacal, y cómo observas a tu presa, cómo me esperas con paciencia ahora que me has descubierto. Y me aparezco y me acerco.

Me acerco. Como un invierno que amenaza con su frío al triste otoño, como la muerte de una ilusión o de un sueño. Y tiemblo mirando tu poder sobre mí. En ese momento te creo omnipotente, con mi destino nada más que un juguete roto en tus manos. Y me acerco y me quedo.

Me quedo. Como las nubes de lluvia que se arremolinan en la falda de las montañas. Muerdo mi labio con rabia, consciente de que estoy atrapado. Y me quedo y me encuentras.

Y me encuentras.

Sarg

Te apareces. Como sombra entre los árboles, como la risa de un niño. Y puedo dibujar tu silueta a contraluz con mis manos, pero decido esperarte con tu paso tranquilo y tus latidos distantes. Y te apareces y te acercas.

Te acercas. Como el final de un invierno de deshielo, como el principio de un mundo o de una estrella. Y tiemblo mirando tu corazón y tus manos, y tus pasos torpes de niño distraído, pero decido creerte eterno y sencillo, como si fueses a vivir entre mis brazos. Y te acercas y te quedas.

Te quedas. Como los días de sol y de playa, como las horas eternas de octubre. Y muerdo mi carne aguardando la tuya, pero decido avanzar con las manos y tocarte y sentirte y tenerte. Y te quedas y te encuentro.

Y te encuentro.

Vir

martes, 22 de abril de 2008

Te Pierdo / Me Pierdes

Te escapas. Como agua entre los dedos, como humo de mi boca. Y trato de retenerte entre mis brazos, pero eres efímero y etéreo, esquivas mis golpes, mis preguntas, mis miradas. Y te escapas y te borras.

Te borras. Como huellas en la arena cuando sube la marea, como una pizarra inmensa bajo la mano de un niño. Y busco tu perfil, tus trazos y tus formas, pero eres a lápiz o a tiza o a agua. Y te borras y te esfumas.

Te esfumas. Como un espejismo ante un desierto sin oasis, como un sueño rasgado por el despertador. Y trato de encontrar tu esencia, un resto del olor de tus besos, pero eres irreal como un poema, inexistente como un verso, y extraño y lejano y hueco. Y te esfumas y te pierdo.

Y te pierdo.




Vir

Me escapo. Como preso de su cárcel, como diente de león al viento. Tratas de retenerme, pero soy más rápido, me escabullo con habilidad, esquivando todas tus barreras. Y me escapo y me borro.

Me borro. Como una historia que no debió ser escrita, como una frase a la que se lleva la tormenta. Buscas mi rastro, de forma desesperada, pero hace ya tiempo que lo he dispersado. Y me borro y me esfumo.

Me esfumo. Como un ladrón de bancos cuando oye las sirenas, como sólo puede esfumarse quien aprecia la libertad. Tratas de encontrarme, de hacerme volver a tus besos falsos y tus mentirosas caricias, pero jamás volveré, como una promesa susurrada bajo el agua. Y me esfumo y me pierdes.

Y me pierdes.




Sarg

viernes, 18 de abril de 2008

Cicatrices

Su cuerpo es un laberinto de cicatrices, antiguas y recientes, todas demasiado visibles para pasarlas por alto o para pensar que son casualidad. Duerme de lado como un niño y su gesto relajado no se corresponde con su mirada dura de anoche, ni con sus manos grandes, ni con las arrugas perpetuas de su frente, como si nunca se fuese a dejar de preocupar. Cuando lo conoció, se había imaginado otra cosa. Se había imaginado que no le iba a ver más. Pero los días habían pasado, y estaba en su cama otra vez. En la misma postura incómoda. Con la misma sensación extraña, entre la pena y el placer, entre la indiferencia y el dolor. Y con más cicatrices, una o dos más, una más junto a la clavícula derecha, que tirita en cada latido, eso seguro. El sol está empezando a colarse débilmente entre las persianas a medio bajar y tal vez sea eso lo que la empuja a decidir que no quiere que la invite a desayunar de nuevo. Recoge la ropa del suelo y se viste despacio y, aunque quería evitarlo a toda costa, le acaricia los hombros una vez más. La última vez antes de cerrar suavemente la puerta. La última vez que tiene pensado acariciar una cicatriz.



Vir

Su cuerpo es un laberinto de cicatrices, esculpidas sobre su piel por innumerables escaramuzas en oscuros callejones, el precio pagado por la dura y violenta vida que debe llevar. Sigue tumbado de lado, pero sus ojos miran fijamente el infinito. Sabe que ella se ha ido. Incluso dormido, sintió cómo abandonaba la cama, cómo recogía su ropa desperdigada y cómo le acariciaba una vez más en forma de despedida. No es la primera vez que se marcha así, sin decir nada, como asustada, empujada de alguna manera a huir de esa habitación. Sabe que ella no entiende por qué se ve atraída hacia él, por qué ama a un monstruo. Se levanta despacio de la cama y empieza a vestirse. Él sí tiene claro qué ve en ella. A pesar de la reticencia, a pesar de la lejanía, ella es la única que ve en él algo más que un matón, un asesino a sueldo despiadado. Y, por ella, está dispuesto a abandonar la única vida que conoce. Volverá a verla, de eso está seguro. Y tal vez... tal vez la próxima vez tenga algo que ofrecerle mejor que su cuerpo lleno de cicatrices.





Sarg

viernes, 11 de abril de 2008

Destinos

Parpadeo y vuelvo a encontrarme en aquel jardín a medianoche, sentado en el césped mojado a tu lado, disfrutando del frío viento de la noche de finales de otoño. Nuestros dedos inquietos, entrelazados. Tu piel, tan suave como siempre. Y tus ojos sonriéndome de manera cómplice en esa deliciosa cara de fantasma. Un nudo en mi garganta, sin saber qué decirte ni cómo, y demasiado inocente y estúpido como para atreverme a besarte. ¿Es posible? ¿Todos los años pasados desde entonces... no han sido más que una ilusión, una alucinación? Cuántas veces habré empeñado mi alma al diablo por la posibilidad de volver al punto donde empecé a vivir... y ahora que lo tengo delante... ¿Qué hacer, qué cambiar? ¿Qué puedo hacer o decir que cambie el desenlace sin modificar el guión de la historia? Observo cómo me miras, sonriente, sin saber muy bien qué decir, fascinada por el chico tímido que actúa de una manera tan peculiar. ¡Si tan sólo supieras lo que pasa por mi mente! Que no soy el chico que parece ser, sino el hombre que, desde el futuro, ha vuelto atrás para revivir esta situación, e intentar cambiar el rumbo de una catástrofe.

Pero nunca lo sabrás, porque, tras mucho pensarlo, decido no hacer nada. No cambiar el pasado. Me retiro, dejo que las cosas sigan su curso. Dejo obrar con sus maneras torpes al pobre chico indeciso que una vez fui. A fin de cuentas, cada hombre elige su propio destino. Yo elegí el mío. Y, ¿quién soy para cambiarlo?

Sarg

Un suspiro y sigues estando ahí, sentado a mi lado, sobre una hierba demasiado húmeda, entre un viento que me eriza todo el cuerpo, demasiado frío para una noche de otoño. A veces no sé por qué llegamos a entrelazar las manos. Estoy a punto de soltarte pero, de repente, tus ojos parece que brillan como si supieran ya el final de la historia. No sé que decir, porque tengo la sensación de que hubieras crecido de repente, de que hubieras dejado de ser ese chico tímido que actúa de manera tan peculiar y te hubieses vuelto un hombre, algo más que un adolescente nervioso y fugaz. ¿Es posible que hayas crecido de pronto? ¿Que mis ganas de largarme y dejarte ahí tirado se hayan esfumado, que en este momento me parezcas más seguro, más decidido, más maduro? Me quedo callada, fascinada por esa mirada experta y por como te has quedado quieto y has dejado de temblar. Como si hubieses visto el futuro, como si la inseguridad y el miedo a la despedida se hubiesen convertido en un camino recorrido en algún punto del pasado.

De repente lo sé: ya no voy a soltarte y no voy a irme, te miro y es como si hubieses decidido cambiar el futuro. Me acerco un poco, ya no quiero que las cosas sigan su curso. Aprietas torpe mi mano, y me gusta el calor que transmites. Poco a poco me voy juntando a ti, y nuestros labios se chocan imparables. A fin de cuentas, es el destino que elegimos entre los dos. Y siempre he preferido un final feliz.

Vir

viernes, 4 de abril de 2008

Manos / Pies

Si te miro entre la bruma, sólo veo tus manos culpables, temblando bajo el peso de tantas manipulaciones. Esas manos que saben acariciarme con tanta pasión y fuerza. Las mismas manos que dibujan en el aire el retorcido signo de la traición, que apuntan al camino de la pérdida, que parecen esconder mil planes maquiavélicos.

Si te miro desde abajo, recorriendo lentamente tu cuerpo, sé que detendré mi mirada en tus manos. Esas manos siempre tranquilas, reposadas, infundiendo una falsa confianza sin límites. De dedos largos y ágiles, dorso peludo, uñas cuidadas y tendones de acero. Esas manos mentirosas, que han nacido para engañar y retorcer todas las verdades que tejen en el aire.

Si te miro desde la ventana, distorsionado en la distancia por el calor del verano, y si te miro de soslayo, esperando no ser descubierta haciéndolo, y si te miro a los ojos, sin poder ocultar lo que veo... sé que no puedo borrar nada... a pesar de mil traiciones, y mil mentiras. Jamás podré borrar nada de tí. Y mucho menos, tus manos...

Sarg

Si te miro entre sonrisas, me quedo con tus piececitos avanzando lentamente por mi mundo de aventuras. Esos pies que recorren patinando la línea descendente de mi espina dorsal. Los mismos pies que dibujan en mi suelo un corazón, que me llevan en volandas por los atajos del bosque, que no tienen prisa por que acabe el spring final.

Si te miro desde arriba, y me detengo en cada parte, no pienso frenar hasta alcanzarte los pies. Esos pies en tensión antes del salto, y relajados en el vuelo, y acolchados al caer. Los mismos piececitos que se coronan en dedos perfectos, suaves, besables, que han nacido para hacer cosquillas alrededor de mi cintura, enredándose en mis piernas, batallando con mis pies.

Si te miro desnudo a través del espejo, difuso y borroso por el vaho de las mañanas, y si te miro de perfil entre enredaderas sin flores, y si te miro de frente, cara a cara, en una guerra de ojos contra ojos y de cuerpos contra cuerpos y de noches sin despertador, no borro ni una sola de tus huellas, ni el más pequeño lunar, ni muchos menos tus pies.

Vir

lunes, 31 de marzo de 2008

El Mar de Tus Ojos / Ojos de Sol

Te busco, desesperado, como un hombre busca la moneda al oír el tintineo de su caída. Intento bucear sin éxito en el océano negro que llena tus ojos, sondeando cada tormenta que los sacude, descubrir en ellos una señal, una X gigante que marque el lugar donde se esconde el tesoro de tus pensamientos. Una y otra vez puedo ver el agua que esconden, las olas inquietas bajo tu pupila y la marea. La marea de sentimientos que me tiene atrapado desde hace meses, tirando de mí y empujándome sin miramientos, como una botella de plástico que queda en la playa húmeda por las noches, para volver a ser arrastrada al vaivén a la mañana siguiente.

Igual que el pez no es capaz de entender el mar en el que vive, yo no soy capaz de entender qué quieren decirme tus ojos. Veo en ellos el negro y el blanco, la luz y la oscuridad. Me matan, y me dan la vida. O tal vez no. Tal vez no sea más que un espejismo marítimo sobre el horizonte. Tal vez lo único que me dicen tus ojos es que te resulto indiferente. Y el resto... se lo llevan las olas.


Sarg

...dirás que la excusa es la mía, y es cierto. Echo de menos el sol de tus ojos entre tanto día gris. Me gustaría escuchar otra vez esa risa que lo envuelve todo y que lo contagia todo, y que lo convierte todo en algo mejor. Pero, no lo niegues, tú también echas de menos Madrid. Te gustaba el estrés de sus calles, por mucho que lo odiases. Te gustaba cuando íbamos de compras al Mercado de Fuencarral, aunque nunca comprásemos nada; te gustaban las aglomeraciones entre los puestos de belenes de la Plaza Mayor, te gustaban los batidos de El Tranvía y los helados en el Parque del Oeste. Y a mí me gustaba el sol de tus ojos cuando íbamos a ver atardecer al Cerro de los Locos... el sol de tus ojos era entonces lo mejor de Madrid...









Vir

miércoles, 19 de marzo de 2008

Pesadilla / Sueño

Miedo. Un terror frío en la noche. La inseguridad de esos momentos pálidos y temblorosos. El sudor en la frente, signo de un sobresalto en medio del sueño. El corazón palpitante, a galope, taquicardia nocturna. Y las sábanas, arrugadas, deshechas, testigos mudos de otra noche agitada. Y tú, desorientada: Como un barco en medio de una tormenta, como un molino de viento en un huracán. Fuera de lugar. Lejos de improviso de un dulce sueño y en medio de una terrible pesadilla. Los ojos ya enrojecidos, antes de la madrugada. Mucho antes de la madrugada, con la oscuridad aún tras las persianas cerradas. La sangre estridente en los oídos. Poco a poco, la tranquilidad, la paz y, finalmente, de nuevo el sueño.

Sarg

Paz. La calma como una brisa sobre la espalda. La seguridad del sol brillante y firme de agosto. Marcas de la almohada sobre la cara tranquila que sueña. Apenas latidos ni golpes, ni sangre a borbotones de la vida. Y el cuerpo relajado e inmóvil sobre sábanas estiradas con olor a cama recién hecha. Y tú ajena al mundo: como las olas después de que suba la marea, como la hierba que nunca pisarán unos pies. Fuera de la realidad. Lejos de la pesadilla del aquí y el ahora, en el centro de un dulce sueño irreal. Los párpados temblorosos con los primeros rayos del sol. Más allá de la oscuridad de la noche, con las luces amarillas que atraviesan las persianas. La sangre de paseo por tu cuerpo. Poco a poco la lucha contra el ruido y, finalmente, de nuevo un despertar.

Vir

sábado, 8 de marzo de 2008

Sirenas

La sirenita nada libre y el mar parece infinito y, sin embargo, hace tanto tiempo que siente que se le quedó pequeño. A ratos, entre ola y ola, cuando baja la marea, se vuelve triste y callada y jura que cambiaría su cola de plata por alas que le llevasen hasta más allá del cielo. Después de todo, serían también una buena excusa para no volver al mar. A su mar que, de tan suyo, empieza a ser desesperantemente conocido, tal vez muy pequeño de nuevo.

Demasiadas miradas para tan poco coral, demasiados reproches por algo que no tiene culpables, que no puede elegirse, que no puede cambiarse. Agita con fuerza la cola para alejarse más y más, pero nunca es suficiente. Nunca basta para llegar hasta donde tú estás, o simplemente para llegar al silencio infinito del mar. Tan lejos de ti y de tu cuerpo, tan lejos de poder mirarte, de poder sonreírte, de poder amarte.

Y, sin embargo, tan cerca de las miradas de reojo, de los susurros a su paso, de ese tratar de ocultar lo que es inocultable. Se sube a aquella roca y recuerda aquella tarde. No lo elegisteis, sólo ocurrió. No se arrepiente, y te echa de menos un día más, y sabe que repetiría, a pesar de todo y de todos. Por ti estaba dispuesta a todo, pero preferiste huir. No te odia, es normal, casi todos huyen, y fue demasiado bonito como para llegar a dejar de pensar en ti algún día. Y maldice otra vez que el mar infinito se le haya quedado pequeño ahora que no estás, ahora que no puede acercarse a ti aunque lo desee, aunque lo pida, aunque lo intente.

Es imposible encontrarte, cuando te fuiste ya lo sabías. Como a ella, solo te queda recordar aquella roca, aquella tarde, aquel sol tibio de invierno. Aquel abrazo, aquel beso, aquellos ojos iluminados. Aquella estampa, las dos juntas, las dos solas, las dos deshechas en caricias, las dos amándoos, las dos a oscuras, las dos sin el mundo, las dos tranquilas, las dos felices, las dos en silencio...


Vir

La científica pasea a la orilla del mar, con su blanca bata de laboratorio contrastando con sus pies desnudos, la arena mojada de la orilla metiéndose interrogante entre sus pequeños dedos. Mira al mar con el ceño fruncido, como exigiéndole respuestas, como si buscase algo en concreto en la infinita masa de agua salada. Sus ojos se entornan inquisitivos bajo las gafas de fina montura, luchando contra el resplandor que el sol del atardecer refleja sobre las olas del mar. Sacudiendo la cabeza, se aleja lentamente de la orilla, perdida en sus pensamientos. La bata se mece lánguidamente al viento cuando empieza a subir por la escalera tallada en la roca del acantilado. Titubea, se gira una vez más hacia el mar. Y sigue observándolo.

Ella también recuerda esa tarde de invierno en la que su vida cambió para siempre, en la que todas las rígidas leyes que gobernaban su mundo se desmoronaron. Recuerda nadar sola en el mar, como hacía todas las tardes. Recuerda la roca. Recuerda el abrazo en la oscuridad mortecina del atardecer, un atardecer muy similar a este. Recuerda cómo tapaste con un dedo sus labios cuando intentó hablar, fusilarte a preguntas, apagar su sed de porqués y cómos con explicaciones y razonamientos. Recuerda sobre todo el tacto de tu piel, sorprendentemente seca bajo el salpicar de la espuma de las olas.

Huyó, incapaz de enfrentarse a algo que era tan diferente a lo que su visión realista del mundo le había mostrado durante su vida. Pero no tardó en torturarse, en echarte en falta, en sentir que debía hacer algo. La tierra se le quedaba pequeña, y no podía dejar de mirar con anhelo al mar, deseando encontrarte, hablarte, sentirte, amarte.

Con un largo suspiro, la científica emprende el camino por las escaleras. Acaricia con cuidado las agallas sintéticas en su cuello, una pequeña maravilla de la ingeniería genética, la obra maestra de toda su vida. Y piensa que dentro de poco, cuando su investigación se haya consolidado por fin, podrá volver a sentir tus manos sobre su espalda.


Sarg

Arte by Marta

lunes, 3 de marzo de 2008

Luchar / Rendirse

Yendo siempre hacia delante, sin retirada posible, sin rendición. Apretando los dientes, notando el cráneo reberverar con el salvaje traqueteo de las ametralladoras pesadas MG08, cuyas salvas asesinas rasgan el aire alrededor. Saltando una trinchera abandonada, llena de cadáveres, mientras esquiva los fragmentos de metralla que llueven frente a él, lanzados por un proyectil de mortero. Ajustándose el casco, evitando el alambre de espino que pretende enredarse en sus embarradas botas. Apartándose de manera disciplinada cuando el temblor del suelo anuncia el paso de las 28 toneladas de un gigantesco Mark IV, arrasando todo lo que se encuentra a su paso. Sudando con un terror frío que atenaza sus sentidos, pensando constantemente en la posibilidad de un bombardeo. Agarrando con fuerza su rifle Lee-Enfield. Aproximándose a la siguiente trinchera, oyendo los gritos de la batalla cuerpo a cuerpo. Liberando la bayoneta del rifle, preparándose para atacar a los alemanes.

Muriendo... ¿como un héroe? ¿O como un cobarde? La muerte no distingue, no sabe de condecoraciones. No le importan las medallas de latón que cuelguen de tu uniforme, ni la experiencia de los combates anteriores. Cuando los proyectiles de cloro y fosgeno cubren el campo de batalla con su letal contenido, la muerte no distingue entre franceses, ingleses y alemanes. Todos se apagan como velas al viento, y esa noche la muerte se da un festín con la atrocidad de la guerra.


Sarg

Pero el fuego cruzado termina, y hay unas horas de descanso y de tregua. Y comprueba incrédulo que, una vez más, sigue vivo. El ruido metálico de las balas se ha instalado en su cerebro y se repite incesante. Hace varios días que ese maldito sonido apagado de los cuerpos al caer no le deja dormir. Así que decide rápido, sin entrar en raciocinios ni divagaciones morales, casi ajeno a sí mismo, como se hace todo en la guerra. Entre las tiendas de la base nadie hace caso a su figura ausente y a su cara enajenada, nadie parece ver sus botas estrellándose en la tierra seca, dejando atrás campamento y fuegos, y hasta el gastado subfusil. Monte arriba, lejos del camino, arrastrándose entre la maleza y sangrando dolor y odio y asco -sobre todo asco- escupe y blasfema para olvidar la cara de los alemanes. Y la de los franceses y los ingleses. Y la suya propia.

Abandonando… ¿como un cobarde? ¿O como un héroe? El cielo que huele a pólvora y sangre no distingue medallas. Se arranca las suyas, todas, y las entierra a mil metros, junto a los combates anteriores. Cuando llega el día está tan lejos que no puede ver ni oír los proyectiles, y se siente culpable y miserable por haberlos disparado algún día. Y libre. Desertor, pero libre. Y un paso más cerca de llegar hasta la paz.


Vir

jueves, 28 de febrero de 2008

Lejos de tí / A tu lado

La noche llega como un manto de negrura eterna que amenaza con ahogarme. Otra noche más de soledad, lejos de tí. Mañana será otro día. ¿Y qué más da? Será otro día vacuo, otro día en el que deshojaré las horas como los pétalos de una margarita marchita. Otro día más solo. Ya apenas recuerdo los buenos momentos, las noches en las que reposabas sonriente sobre mi pecho desnudo, se los ha llevado la marea de la desesperación igual que arrastran las hojas a los trozos de madera reseca. Otra noche, otra pesadilla. Una vez más, un deseo, en realidad el único que me importa: que la propia realidad de mi vida no sea más que un espejismo. Que un día despierte y me vea reflejado en tus ojos inquisidores. Que tu respiración suene junto a la mía y tu sonrisa sea la misma que hace años. Que el dolor que ha rasgado mi alma desde que te perdí no haya sido más que la retorcida imaginación de mi subconsciente. Sólo desearía... que amanecieses de nuevo a mi lado.

Sarg

El día ha amanecido gris oscuro y con niebla y tú amenazas tormenta mientras me observas desde lejos, desde más lejos que el dios de los rayos y los truenos. Me gustaría que estuvieras aquí abajo, en la tierra, convirtiendo el mundo de los mortales en un reflejo de tu olimpo inmortal. Me estremezco con el roce de tus manos ausentes y cierro los ojos para imaginar que otra vez estás pegado a mí, mi espalda entre tus brazos, acariciando tu vientre, con el cuello erizado de tu aliento. Otra noche, otro sueño. Otra vez un deseo, el más importante, en realidad el único que me importa: que tu lado de la cama no esté frío. Ver mi reflejo en tus ojos cuando me decida a abrirlos. Tus latidos taladrándome el oído. Tu sangre a borbotones mezclándose con la mía. Tus mordiscos dejando marcas violetas en mi piel. Tú conmigo, y tus besos… Otra hora: te deseo. Y el deseo se convierte en motivo suficiente para cambiar la realidad. Y amaneces a mi lado…

Vir

lunes, 25 de febrero de 2008

Día / Noche

Hace ya muchas horas que el Sol abrasa con fuerza la ciudad y mis pasos se vuelven cada vez más densos y pesados, resistiéndose a las prisas, derritiendo mis suelas contra el asfalto. El aire se vuelve irrespirable y me golpea en la cara como un soplo del desierto. La calle está vacía: los escasos transeúntes luchan por llegar cuanto antes a un refugio de aire acondicionado y sombra, o se esconden bajo las chapas ardientes de los coches. Busco acortar el camino y cruzo el parque. Tal vez busco algo de verde que de frescor a la tarde. Pero hasta bien pasadas las ocho no vendrán a jugar los niños: el parque es ahora como un lecho de brasas que debe atravesarse deprisa y de puntillas. La ciudad se ha transformado en un espejismo borroso, y la noche fresca dejó paso a calles derretidas bajo el mediodía de agosto. Apenas puedo pensar entre el sudor y la asfixia. Y huyo de las llamas solitarias que me encadenan a la calle.

Resoplo y el aire ardiente sale de mi boca, y el sol vuelve a cegarme reflejado en los escaparates. Y el hastío se adueña de mi calor y de mi día..




Vir

Hace ya muchas horas que el Sol se ha ido a dormir, y yo camino con pasos largos y las manos metidas en los bolsillos, pero sin prisas, a suficiente velocidad como para notar el gélido viento nocturno morder mi cara con insistencia. A estas horas no hay nadie en la calle, y mis pasos resuenan con un rítmico compás; ni siquiera pasan apenas coches -esperar en los semáforos es algo que sólo se hace de día-. Doy un pequeño rodeo para no atravesar el parque, bordeando la Plaza de Toros, atajando por la Avenida de los Toreros. El parque, donde a mediodía juegan felices los niños, no es ahora más que un oscuro abismo sin forma. La ciudad parece transformarse por la noche, y los caminos que eran claros de día mutan a inquietantes callejones sin salida. Voy sumido en mis pensamientos, embargado por esa quietud nocturna que tanto ayuda a la reflexión. Y agradezco la soledad, pues en ella puedo por fin sentirme realmente libre.

Llenando mis pulmones de aire frío, miro al cielo y saludo a la Luna, fiel compañera de mis paseos nocturnos. Sin duda, la noche tiene algo especial.






Sarg

domingo, 17 de febrero de 2008

Bofetada / Beso

Pensaba en ella. Tumbado en la cama, recordaba cada minuto de la noche, como se acercaron, su risa de plata, el pelo bailando al son de sus palabras. Pensaba en sus curvas peligrosas, y en sus ojos que anunciaban el final de todas las restricciones. Todo había transcurrido deprisa: una copa, su canción favorita, el día cansado y la noche extasiada. Caminaron dejando a un lado las aceras: sus labios ya no tenían maquillaje y eran como un hipnótico que le impedía oír sus frases. Pero no había duda. Eran unos labios que pedían un beso a gritos.

Se acarició la cara, todavía caliente, todavía roja, justo en el punto exacto, en el mismo centímetro en que recibió la bofetada. Y supo que todo había acabado cuando se dio cuenta de que el sonido de sus tacones estallando en el asfalto se habían perdido hacía horas, entre el humo de la noche.

Vir

Pensaba en él. Tumbada en la cama, podía rememorar cada minuto de la noche. La forma en la que se le acercó, seguro de sí mismo, sonriendo. Su cuerpo fuerte y varonil, y la vibración sensual de su voz, anunciando el final de todas sus dudas. Todo transcurrió en unos instantes: un cubata, unos pasos de baile y un paseo bajo las estrellas. Caminaron perdiéndose en una ciudad que no admitía atajos. Su boca bailaban con cada palabra, prometiendo hipnóticamente delicias innombrables. No cabía duda, eran unos labios que anhelaban un beso.

Se acarició suavemente los labios, aún temblorosos, incrédulos. Supo que no era más que el principio, que aquel beso no había significado sólo el sello de una noche mágica. Supo que volverían a perderse por la ciudad, entrelazadas sus manos. Supo que volverían a respirar el dulce humo de la noche.

Sarg

jueves, 14 de febrero de 2008

Rosa Muerta / Rosa Roja

¿Una rosa? No, no es que no me guste. Pero, ¿solo una rosa? Seguro que has notado la decepción en mi cara. Si al menos fuese un ramo, pensaría en el esfuerzo que has hecho buscando las mejores y cargándolo hasta aquí. O si fuera naranja, o amarilla, sentiría que pasaste días eligiendo el color, imaginando cual sería mi favorita. Tal vez otras flores, que me hicieran ver que te molestaste en indagar, en descubrir cuáles me gustan más, cuáles tienen un olor más intenso, qué representa cada una, qué significado tendrían para mí. Pero esta rosa, comprada a última hora, en su envoltorio de plástico, con los pétalos temblando y a punto de caer, con las horas contadas, con el rojo a punto de empezar a desteñir los sueños… una rosa que agoniza ante mis ojos y que me obliga a decirte que hubiera preferido que, señalándome la luna, me dijeras que era mía.




Vir

Sé que no es gran cosa. Sólo una pequeña rosa, con sus pétalos temblorosos a medio abrir, rociada suavemente con unas gotas de rocío, envuelta en su cucurucho de plástico protector. Podría haber traído un ramo, pero me parecía pretencioso. Siempre pensé que quien regala una rosa quiere regalarte su corazón, pero quien regala un ramo entero lo único que quiere es comprar tu afecto. Tal vez podría haber traído una rosa de otro color más original -el rojo es tan típico-, pero se tarda tanto en encargar rosas amarillas, o naranjas, en las floristerías. Y corres el riesgo de que no lleguen en el día indicado. Una rosa a destiempo es como levantarse a trabajar un domingo, ¡las rosas deben ser siempre puntuales! El amor no sabe de retrasos ni esperas. Quién sabe, ¡podría haberte traído la mismísima Luna! Sin duda lo intenté, pero no pude traértela, cada vez que me acerco a ella me desarma con su pícara sonrisa, y me veo obligado a dejarla colgando del cielo para que la mires cada noche y pienses en mí. Por eso sólo he traído una rosa.

Sarg