jueves, 31 de enero de 2008

Silencios...

Desde la cubierta de su corbeta le prometió que oiría el ruido del motor de vuelta antes de terminar de leer el libro que le acababa de regalar. Comenzó la historia ansioso: los personajes se agolpaban en su mente y las páginas pasaban y pasaban, hasta que llegó a la última. Corrió hasta el puerto, desierto a aquellas horas y sonrió mirando al frente, pero el silencio le golpeó como una maza, haciéndole tambalearse. El calor se hacía insoportable, se sentó a esperar con los pies colgando, pensando que había leído demasiado deprisa aquella vez. Pero ni el más mínimo ruido anunciaba movimiento alguno. Demasiada quietud, como si se hubiese hecho el vacío a su alrededor. Comenzó a leer de nuevo: cada página pesaba, inmensa, como si el silencio que lo invadía todo fuese tan denso que le impidiera entender algo. Las tapas se cerraron por segunda vez con un crujido lastimoso. Temió haberse quedado sordo y buscó la cubierta dorada en el horizonte, pero aquella nada siguió adueñándose de sus oídos. En su mirada triste casi podía verse el reflejo del silencio haciendo nudos en su mente.

Vir

Desde la cubierta de observación de su corbeta, el Navegante observa los interminables desiertos abrasadores de Procyon II, bajo la cegadora luz de los dos soles. Con un gesto de la mano detiene el hilo musical, el Concierto para Dos Violines en Re menor de Bach, y se acomoda en la postura del Medio Loto en la dura esterilla. Entorna sus ojos hasta que el intenso brillo del exterior queda reducido a un resplandor que juguetea en el borde de sus pestañas. La realidad que le rodea empieza a disolverse. Exceptuando el distante ronroneo de los motores y el soporte vital, prácticamente nada puede turbar el fantasmagórico silencio del desolado mundo sin atmósfera. Une sus manos en la Pirámide Truncada, índice, meñique y pulgar de ambas manos unidos, simbolizando el Triunvirato de mente, cuerpo y Ka, la fuerza vital. Ahora sólo los latidos de su propio corazón, retumbando en la yema de sus dedos, son audibles para él. El resto es un silencio absoluto, palpable, con una esencia propia. Sumido en ese silencio, empieza a aflojar los nudos de su mente.

Sarg

2 comentarios:

David Martín dijo...

Vir, has pillado la parte triste del birrelato de hoy. Pero mola cómo contrastáis el silencio, tanto el opresivo (de ausencia) que uno quiere llenar, como el que supone la paz que describe Sarg de forma tan chula, y que a veces se necesita tanto como el ruido de la buena música. ;)

Anónimo dijo...

je, sip, a veces me toca el lado oscuro =)
Y, ya os lo dije, yo soy más de ruidos, jejeje!