lunes, 10 de septiembre de 2007

Destrucción / Creación

Mi pluma se desliza frenética sobre las líneas del cuaderno. El sudor resbala por mi sien, pero no, el cansancio no va a hacer que se cierren mis ojos. Ruido que me envuelve y yo, ajeno a él y ajeno al mundo, aprieto la tinta contra las hojas arrugadas y por mis venas la pasión del trabajo bien hecho me hace seguir y seguir.

El argumento, los personajes, los escenarios, todo parece encajar como las piezas de un puzzle a punto de completarse, en un orden impecable en mi cabeza. Vivos, de carne, más que marionetas en mis manos parecen pequeños pedazos de mi alma. Pero entonces ocurre de nuevo. Sus sonrisas de papel se vuelven carcajadas, me miran de reojo, se burlan de mi esfuerzo, de las líneas escritas, de la pluma de tinta reseca, de otra noche más en vela. Los renglones comienzan a arder ante mí.

Mis ojos cansados miran con estupor el espectáculo y se abandonan a la desidia al tiempo que ven a la musa de la creatividad alejarse despacio, como en un vuelo suave. Minutos antes el escenario se llenaba de vida y, de repente, el caos, el grito, el dolor desesperado de quien rompe con todo. Mis manos, hitéricas, cogen las hojas temblando. ¿Y si...? ¿Por qué no encaja en el resto de la historia? No pude ser... ¿Acaso no me di cuenta de que...? ¡No! ¡No tiene sentido! ¡Nada cuadra, nada se entiende! ¡Nada cuaja y te agarra por dentro! ¡Nada vibra ni conmueve! ¡Basta!

Es un grito sin fuerza, un golpe seco: la pluma estalla contra el suelo dejando un borrón de tinta, o de sangre, o de ambas sobre el papel. Los personajes han muerto, los he matado, ya no llegarán a ningún final. Mis dedos tiemblan sobre sus pedazos aún calientes y destruyen la poca vida que tenían, su destino truncado no es otro que el de un final arrancado de cuajo de las líneas de su guión.

Lloro lágrimas calientes sobre los pedazos del papel para ver entre una nebulosa mi obra destruida.


Vir

Dejo caer la pluma derrotado. Llevo las manos a mi sien, el cansancio reflejado en mis enrojecidos ojos. Puedo sentir el vacío a mi alreadedor. El caos, la ausencia del orden, la invisible mano de la entropía que se han conjurado para drenarme de toda inspiración, convirtiéndome meramente en una máquinaria biológica sin pasión ni genio.

El argumento, los personajes, los escenarios, todos desfilan deprimentemente por el teatro que se desarrolla en el interior de mi cabeza. ¡Vacíos! ¡Insulsos! Sin sentido y sin alma. Creaciones insípidas de una mente insípida... Agarro con furia el manuscrito y lo arrojo a una papelera junto a innumerables otras páginas repletas de nada.

Mientras masajeo con pesar mis cansados ojos y me abandono a la desidia, la misteriosa musa de la creatividad vuelve a agraciarme con su influencia. Donde antes había caos, empiezo a ver facetas de orden. Invisibles patrones que marcan leyes desconocidas. Misteriosos planos de una construcción etérea. ¿Y si...? ¿Encajaría con el resto de la historia? Podría ser... ¿Tal vez si escribiera sobre...? ¡Eso es! ¡Eso podría funcionar! ¡Es el desenlace perfecto, el final adecuado para tal epopeya!

Con renovadas fuerzas, la pluma parece echar humo sobre el papel. Los personajes cobran de nuevo vida en mi cabeza. Hablan, respiran, se mueven e interaccionan unos con otros para dar lugar a un final sublime. Mis dedos tejen las líneas de su destino, creando una historia donde antes sólo existía vacío, trazando una red de continuidad narrativa que envuelve y completa a toda la obra.

Con satisfacción, vuelvo a dejar caer la pluma. Mi obra está terminada.


Sarg

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