El tiempo corría tanto, que deseó romper las horas, multiplicar los días, tener otro minuto más para disfrutar del momento, para escaparse de todo y de todos, para huir de la locura del correr de cada instante.
Romper el reloj le pareció la mejor idea del mundo y, para no perder más tiempo, se lo arrancó de la muñeca y lo arrojó contra el suelo. La piel más blanca en esa zona brilló por un segundo, el último segundo. Y luego el reloj se paró y con él se pararon las horas.
Respiró en silencio. Miró su reloj parado, su tiempo inmóvil, su vida quieta. Y deseó que el reloj funcionara acelerado de nuevo.
Vir
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El tiempo no existía para él. Una vida tranquila, sin sobresaltos, sin nada nuevo cada día. Deseaba dar vida a sus horas para que algo marcase el paso de cada instante, dando algún sentido a la rutina.
Crear un reloj le pareció la mejor idea del mundo. Lo construyó con infinito esmero, una obra de amor... y de desesperación. Poseía tal solidez que podría decirse que caracterizaba el tiempo, en lugar de medirlo. Terminado, las agujas se movieron, y las horas empezaron a desfilar.
Respiró agitado, mirando con angustia su reloj. Las horas aceleradas le atenazaban. Deseó no haber construido nunca el reloj.
Sarg
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