sábado, 8 de marzo de 2008

Sirenas

La sirenita nada libre y el mar parece infinito y, sin embargo, hace tanto tiempo que siente que se le quedó pequeño. A ratos, entre ola y ola, cuando baja la marea, se vuelve triste y callada y jura que cambiaría su cola de plata por alas que le llevasen hasta más allá del cielo. Después de todo, serían también una buena excusa para no volver al mar. A su mar que, de tan suyo, empieza a ser desesperantemente conocido, tal vez muy pequeño de nuevo.

Demasiadas miradas para tan poco coral, demasiados reproches por algo que no tiene culpables, que no puede elegirse, que no puede cambiarse. Agita con fuerza la cola para alejarse más y más, pero nunca es suficiente. Nunca basta para llegar hasta donde tú estás, o simplemente para llegar al silencio infinito del mar. Tan lejos de ti y de tu cuerpo, tan lejos de poder mirarte, de poder sonreírte, de poder amarte.

Y, sin embargo, tan cerca de las miradas de reojo, de los susurros a su paso, de ese tratar de ocultar lo que es inocultable. Se sube a aquella roca y recuerda aquella tarde. No lo elegisteis, sólo ocurrió. No se arrepiente, y te echa de menos un día más, y sabe que repetiría, a pesar de todo y de todos. Por ti estaba dispuesta a todo, pero preferiste huir. No te odia, es normal, casi todos huyen, y fue demasiado bonito como para llegar a dejar de pensar en ti algún día. Y maldice otra vez que el mar infinito se le haya quedado pequeño ahora que no estás, ahora que no puede acercarse a ti aunque lo desee, aunque lo pida, aunque lo intente.

Es imposible encontrarte, cuando te fuiste ya lo sabías. Como a ella, solo te queda recordar aquella roca, aquella tarde, aquel sol tibio de invierno. Aquel abrazo, aquel beso, aquellos ojos iluminados. Aquella estampa, las dos juntas, las dos solas, las dos deshechas en caricias, las dos amándoos, las dos a oscuras, las dos sin el mundo, las dos tranquilas, las dos felices, las dos en silencio...


Vir

La científica pasea a la orilla del mar, con su blanca bata de laboratorio contrastando con sus pies desnudos, la arena mojada de la orilla metiéndose interrogante entre sus pequeños dedos. Mira al mar con el ceño fruncido, como exigiéndole respuestas, como si buscase algo en concreto en la infinita masa de agua salada. Sus ojos se entornan inquisitivos bajo las gafas de fina montura, luchando contra el resplandor que el sol del atardecer refleja sobre las olas del mar. Sacudiendo la cabeza, se aleja lentamente de la orilla, perdida en sus pensamientos. La bata se mece lánguidamente al viento cuando empieza a subir por la escalera tallada en la roca del acantilado. Titubea, se gira una vez más hacia el mar. Y sigue observándolo.

Ella también recuerda esa tarde de invierno en la que su vida cambió para siempre, en la que todas las rígidas leyes que gobernaban su mundo se desmoronaron. Recuerda nadar sola en el mar, como hacía todas las tardes. Recuerda la roca. Recuerda el abrazo en la oscuridad mortecina del atardecer, un atardecer muy similar a este. Recuerda cómo tapaste con un dedo sus labios cuando intentó hablar, fusilarte a preguntas, apagar su sed de porqués y cómos con explicaciones y razonamientos. Recuerda sobre todo el tacto de tu piel, sorprendentemente seca bajo el salpicar de la espuma de las olas.

Huyó, incapaz de enfrentarse a algo que era tan diferente a lo que su visión realista del mundo le había mostrado durante su vida. Pero no tardó en torturarse, en echarte en falta, en sentir que debía hacer algo. La tierra se le quedaba pequeña, y no podía dejar de mirar con anhelo al mar, deseando encontrarte, hablarte, sentirte, amarte.

Con un largo suspiro, la científica emprende el camino por las escaleras. Acaricia con cuidado las agallas sintéticas en su cuello, una pequeña maravilla de la ingeniería genética, la obra maestra de toda su vida. Y piensa que dentro de poco, cuando su investigación se haya consolidado por fin, podrá volver a sentir tus manos sobre su espalda.


Sarg

Arte by Marta

5 comentarios:

David Martín dijo...

Y mientras la científica ultima su experimento la sirenita permanece en la ignorancia... Buen birrelato. ;)

María dijo...

Esta vez sere breve, ;-)

Besos y enhorabuenas para los escritores y para la artista.

Me ha encantado. Como siempre, el todo es mayor que las partes.

Virginia Vadillo dijo...

Gracias a los dos!!
EStá bien cuando te hacen el arte a la carta! ;)

MOIRA dijo...

Hermoso...

No podria decir nada más..

Besos en blanco y negro

Sarg Bjornson dijo...

Gracias chicos :)

Pero nos gustan los comentarios gordacos XDDD